¿Actitud constructiva?
Mirar para adelante olvidando el pasado es un asunto de múltiples aristas; qué más quisiera un delincuente serial, sino que se olvidara por completo lo que hizo ayer, ¿para poder seguir haciéndolo mañana?
En alguna ocasión pregunté a un estimado amigo, miembro de la comunidad judía, si esa obstinada postura de estar todo el tiempo recordando el “holocausto” no reflejaba cierta patología social o por lo menos un rencor insatisfecho, su respuesta fue muy clara e iluminadora: “recordamos para que no vuelva a pasar”.
Sin duda, al inicio de un nuevo año, tenemos muchas cosas que olvidar y muchas otras que seguir recordando, o para que no vuelvan a pasar, o para que finalmente se haga justicia. Tampoco podemos olvidar el pasado si personas e instituciones se empeñan en seguirlo repitiendo.
El demagogo cuenta siempre con el rápido olvido de la sociedad, ¿cómo ignorar a aquel diputado estatal de hace algunas legislaturas que, ante la necesidad de aprobar una ley ominosa, animó a sus colegas diciéndoles: “aprobémosla, que al cabo la indignación de la gente dura poco”. Corresponde a la sociedad no olvidar.
La memoria puede sin embargo jugarnos mal, lo hace cuando nos acostumbra, cuando nos sugiere que no hay nada qué hacer, que, a fin de cuentas, es así que funcionamos, podemos seguir igual; recordar para paralizarnos carece de sentido.
La actitud constructiva que debemos cultivar es la de la esperanza activa y comprometida, no nos sentamos a esperar que este año sea mejor, hacemos lo que podemos para lograrlo, teniendo presente el pasado, pero sin perder la capacidad de imaginar una realidad mejor y trabajar por conquistarla, en eso radica la grandeza del ser humano, su poder civilizador.
Hagamos una Guadalajara solidaria que resuelve el problema de la indigencia superando el choque entre el derecho a vivir en la calle y el derecho de los vecinos y transeúntes a disponer de sus banquetas, hagamos una ciudad defensora de su identidad en términos dinámicos, una ciudad que erradica la violencia que significa el grafiteo de sus fachadas, plazas y monumentos, porque ha aprendido a superar la violencia permanente que hay en cada habitante, en cada familia, en toda la sociedad, y que estalla todos los días de múltiples formas, reconstruyamos un clima social habitable, el que habíamos logrado luego de las sangrientas guerras de las primeras décadas del pasado siglo, trabajemos por conciliar intereses entre la voracidad capitalista, avasallante, de las inmobiliarias y los legítimos derechos de la ciudadanía, incluso la delincuencia, al menos la informal, puede resolverse de otra manera.
Pero no olvidemos que la delincuencia organizada, la peor y la que más daña a todos, implica poderosamente a las autoridades, lo mismo estatales que federales; ya no basta con el juego de policías y ladrones que nos ofrecen al infinito, ni con la exhibición de estadísticas que la gente no ve reflejadas en la vida cotidiana, el honor mismo y la dignidad de quienes integran los cuerpos de seguridad, exige de otros medios y de otros resultados, para que no se sigan viendo, ellos mismos, atrapados entre la crítica y la desconfianza social, los devaneos de la autoridad, y el determinismo radical de los grandes capos.
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