¡Buenos días!
Queridos lectores, a partir de hoy, cada sábado tendremos aquí un rinconcito donde regresaremos el tiempo y reviviremos aquellos momentos que se encuentran en la cajita de nuestras añoranzas y volveremos a vivirlos juntos. Me sentiré muy honrado con su lectura.
Agradezco cumplidamente a nuestro Director de EL INFORMADOR, la hospitalidad que me ha brindado para publicar mis recuerdos en estas páginas entrañables. Honor y Placer.
Esta primera entrega la intitulé precisamente buenos días, porque justamente desde tiempos de nuestra infancia, nos acostumbraron nuestros papás a ser educados y saludar siempre a todos, aunque no los conociéramos.
Cuando las personas iban por la calle, invariablemente se saludaban unas a otras; cuando se usaba el sombrero, aquellos inolvidables sombreros de Fieltro o los Panamá, los caballeros, si no se descubrían ante el paso de una dama, al menos se tocaban la punta del ala del sombrero, en señal de saludo y respeto, además de cederles la acera y eran correspondidos por una leve inclinación.
Eran tiempos en donde el respeto, la educación y el orden eran prioridades y garantizaban una convivencia armónica entre los habitantes de la urbe, vivíamos entre gente educada y de buenas costumbres.
Pero costumbres van cambiando a las personas; lamentablemente se ha perdido casi por completo la tradición del saludo, matinal o vespertino; a veces, ni siquiera nos es correspondido cuando llegamos a algún lugar o establecimiento comercial.
Hablando de los comercios, toda la actividad se desarrollaba en el centro de la ciudad; las plazas, como hoy las conocemos, llegaron a Guadalajara como una copia de los Malls norteamericanos. La primera que se construyó fue Plaza del Sol, concebida en el año de 1967 e inaugurada el 25 de noviembre de 1969, es decir, hace cincuenta y cinco años, toda una vida.
En el centro, como coloquialmente llamábamos al primer cuadro de la Ciudad, podíamos encontrar prácticamente de todo; había sastrerías, zapaterías, joyerías, tiendas de ropa, mueblerías, tiendas de vinos -¿se acuerdan de la Casa Rubio?- almacenes de mucho prestigio hoy tristemente desaparecidos como El Nuevo París o Las Fábricas de Francia, las que poco a poco iremos recordando y compartiendo parte de su historia y algunas anécdotas.
Pero también en el centro estaba el principal mercado de abastecimiento de la Ciudad que era el Mercado Corona, llamado así en honor del General Ramón Corona, y que infortunadamente sufrió cuatro incendios a grado tal que el que ahora conocemos es completamente distinto de aquél que se inauguró el 15 de septiembre de 1891.
El pasear de los tapatíos por el centro de la Ciudad era placentero, olía rico; caminar en los portales, era disfrutar plenamente; en las mañanas temprano, antes de que se abrieran los establecimientos comerciales, como por ejemplo por la calle Colón, entre Juárez y Pedro Moreno, en La Ciudad de Bruselas o la Ciudad de Praga, las empleadas estaban afanadas trapeando aquellos hermosos pisos de mosaico, de color rosa y gris, los famosos Mosaicos Granados, que seguramente muchos de ustedes recordarán y en las tardes igualmente le daban una coleadita con el trapeador para que siempre estuviera limpia la entrada.
Al ingresar al almacén o al comercio, las empleadas, saludaban con amabilidad y ponerse a la orden diciendo: "Que va a llevar?", y eran solícitas en el servicio, muy atentas y pacientes, sobre todo en las zapaterías. Ya les contaré algo de eso porque hay mucha historia que platicar.
Hay tantas cosas que decir, pero iremos pasando esas páginas del recuerdo poco a poco. Si Dios nos presta vida y licencia, aquí nos estaremos encontrando el próximo sábado.