AMLO, recargado en el Ejército
Lo que en campaña se prefiguraba como una sana distancia entre un eventual Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ahora ya en el poder, la relación entre el Presidente y las Fuerzas Armadas es de una peligrosa cercanía.
No es sólo la aprobación de la Guardia Nacional, el pasado 16 de enero; ahora resulta que la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) será encargada de operar las 500 pipas para transportar combustibles, y será en el Campo Militar nº 1 donde se contraten a los dos mil choferes para esos vehículos.
Son varios eventos, acciones y decisiones donde se muestra esta sospechosa cercanía entre el Presidente de la autodenominada Cuarta Transformación, y las Fuerzas Armadas. Para valorar y juzgar esta cercanía hay que recordar que a lo largo de la campaña, López Obrador no sólo ofreció sacar a las Fuerzas Armadas de las tareas de seguridad pública, sino que criticó al Ejército por participar en masacres.
Pero en lugar del regreso paulatino a los cuarteles, lo que vemos es una presencia cada vez más activa, y hasta estratégica de los militares en planes y acciones del nuevo Gobierno.
Este reacercamiento comenzó antes de tomar el poder con un inusual evento en el Campo Militar nº 1 donde el entonces Presidente electo se reunió con 32 mil soldados y marinos y pidió su apoyo para la creación de la Guardia Nacional: “Vengo a pedir su apoyo, no vengo a imponer nada”, dijo ese 25 de noviembre. Menos de dos meses después, y sin consulta popular como había ofrecido, la Cámara de Diputados ya aprobó una reforma constitucional, con los votos de Morena y sus aliados, además del voto de los priistas. Esta reforma le concede a las Fuerzas Armadas facultades legales que ni siquiera gobiernos del PAN y del PRI pudieron conseguir.
Otro punto de este acercamiento entre López Obrador y las fuerzas militares ocurrió el 27 de diciembre cuando el Presidente anunció el “Plan conjunto de atención a las instalaciones estratégicas de Pemex”. De entrada se anunció la disposición de cuatro mil elementos del Ejército y de la Marina para cuidar instalaciones estratégicas de Pemex y los ductos de la petrolera. No sólo eso: son militares quienes revisan las facturas que consignan el combustible que carga cada pipa.
Otro encargo que los militares tienen de López Obrador es la reconversión del aeropuerto militar de Santa Lucía en una terminal civil. Estos son los casos públicos de la cercanía del nuevo Gobierno con los militares, cuando todavía no se cumplen dos meses de la presente administración. Y ya tenemos militares en funciones policiacas, de ministerio público, como constructores aeroportuarios y administradores de red de distribución de combustibles.
Demasiadas funciones, demasiados encargos en cuestiones críticas para el funcionamiento del país, para una institución que ya ha probado que también puede corromperse, que ha protegido actividades delictivas y, sobre todo, sobre la que pesa el negro pasado de represiones y masacres contra sectores del pueblo movilizados políticamente. Es una cercanía preocupante y peligrosa.
Es evidente que López Obrador se está recargando en el Ejército, y al mismo tiempo está recargando (de poder) a los militares.