A los temidos y también queridos escoltas
Por azares del destino, he tenido la suerte de conocer algunos hombres que -literalmente- dan su vida por otro. Uno va por el mundo diciendo románticamente que por tal amigo, se quitaría un brazo, que por un hijo -y con el corazón en la mano- daría uno todo, pero estos hombres a quienes yo de manera casuística he conocido muy de cerca, están preparados física, profesional y mentalmente para dar su vida por la persona a la que protegen. Los escoltas, también llamados por nosotros los mortales, guarros o guaruras, son estos grandes (en ciertos casos) personajes que viven pendientes e inmersos en el día a día de sus patrones, son parte de una familia a la que no pertenecen pero comparten, en muchos casos, el espacio donde desayunan, comen y duermen. En los últimos años, he visto con particular atención que cada día hay más escoltas trabajando en los confines de esta ciudad. Esta profesión, que priva a estos valientes o valientísimos hombres de una vida normal entre su familia y amigos, asisten a las fiestas de otros amigos y no son ajenos a las confidencias entre parejas, amantes, y situaciones laborales de alta confidencialidad. En torno a la humanidad de estos profesionales cuya labor siempre impone, porque a mí la gente armada siempre me ha impuesto, más que respeto, temor, y viviendo en este complejo país me pregunto, ¿quién (no) necesita que le cuiden?
Es de conocimiento popular que en México, confiamos poco en la policía. Es también de conocimiento popular y obvio que con miedo, no queremos vivir y que pese a las estadísticas de crimen e inseguridad, escogemos salir porque la esperanza nos dice en secreto al oído que con suerte saldremos ilesos todos los días. Pero, ¿por qué algunos, con todo y esa información, deciden contratar escoltas? Entre grandes sumas de dinero, empresas exitosas, bienes incalculables, ciertamente hay personas que corren más riesgo que otros (habrá que ver si es verdad) en un país como México. Creo yo fundamentalmente dos cosas respecto a estos cuestionamientos: lo hacen porque tienen más miedo que nosotros los mortales y/o lo hacen también, porque pueden pagar esa seguridad que a nosotros resta aceptar por parte del Estado.
Eso en particular y en sí mismo me parece que divide en dos clases a este país: los que se sienten y hacen su vida “normal” sabiéndose seguros y los que no. Tener la atención personalizada de un profesional que dedica su vida a defender la otra y la de su familia, puede sentirse a corto plazo como un bálsamo para la situación de la que, sin saberlo (espero), divide aún más y genera aún más ruptura en la sociedad.
Estos hombres de gesto durísimo mientras laboran públicamente y a los que se les permite la camaradería únicamente detrás del escenario, son víctimas y parte también de un estado roto. Ahora muchos de nosotros, sin conocerlos humanamente, les tememos, vemos sus movimientos en autos, que son muchas veces más lujosos que los que conducimos nosotros, les conocemos ya el modo arrebatado de colarse o de estacionarse sin importar una doble o triple fila, según haya decidido su protegido y aguardamos. Aguardamos igual que como lo haríamos en una situación policial, con ojos atentos a los movimientos que hacen también guardias de Estado.
Yo a algunos de ellos a los que prefiero ni exponer sus nombres pero que espero estén leyendo esta columna, les conozco de su pasado en la policía y me han confiado sus razones por las cuales dejaron tal organización; les guardo cariño, y me pregunto en particular, después de darle el pésame a uno de ellos por la muerte de su protegido, en qué andará. Saben dónde vivo, sabemos sobre nuestros hijos, parejas y ex parejas, me han contado sus planes a futuro y me he sentido también yo, en ciertas ocasiones vista desde los ojos de gente trabajadora y humilde que entrega con su vida ese bien preciado que es sentirse cuidado. Puestos a escoger, y dada la realidad en la que vivimos, me pregunto dolorosamente ¿quién no necesita de un escolta? En esa como en todas las profesiones, hay de todo, pero la próxima vez que nos topemos con alguno de ellos, recordemos eso, que en general, son víctimas también de un Estado que no pudo proveer con seguridad a todos sus habitantes.
Ojalá se den cuenta de esta otra cara, de la brutal ruptura y descomposición social que todos padecemos, ellos, los que ahora prometerán con palabras suaves, seguridad para todos.
argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvinaArgelia García F.