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A las cosas por su nombre

Si existe una crisis de inseguridad, desapariciones y violencia, se reconoce y se atiende. Como gobierno, es lo primero que te toca. Pero si haces como que no te mueves para que no te vea, el monstruo te devora. Y en Jalisco, el monstruo afiló sus dientes para darse un gran banquete durante los últimos tres sexenios.

En esta bella Entidad existe la realidad y “la realidad”. La primera es la que vive cada persona que sale a caminar por su barrio con temor y paranoia; la segunda es la de quienes viven acorazados entre vallas de seguridad, armas y guardaespaldas.

La primera la vivió Julia hace tres semanas, cuando esperaba el siga en el semáforo de la Avenida Tepeyac, casi al cruce con Niño Obrero, justo cuando dos hombres en una moto descargaron sus armas de fuego contra el rostro de un peatón que se desplomó de manera grotesca. La escena la marcó, le provocó un cuadro de ansiedad y miedo, y hasta hoy no logra conciliar el sueño como antes.

Esa realidad de la que te hablo la sufrió Ángela cuando caminaba por el Mercado de Abastos de Guadalajara y dos hombres no mayores a los 20 años la golpearon al estómago para arrebatarle su celular y la mochila en la que llevaba sus tareas escolares… y no más de 500 pesos.

La otra, la “realidad”, es la de quien vive con la tranquilidad de irse a España para tomar un curso de entrenador de futbol cuando, años atrás, una mujer fue asesinada afuera de la residencia oficial que le pagan sus gobernados. Es la “realidad” de quien puede andar en bicicleta por el mismo municipio en donde fue asesinado el hombre que ocupó el cargo antes que él.

Es la “realidad” de Enrique Alfaro, la que demuestra cada vez que sostiene que se ha logrado “avanzar en el propósito de recuperar la paz y la tranquilidad para las y los jaliscienses”, cuando desde ex candidatos hasta el propio cardenal de Guadalajara han denunciado que las carreteras del Estado son intransitables cuando el Sol se oculta por los retenes del crimen organizado; que son carreteras vigiladas por guardias del cártel cuyo nombre nadie quiere mencionar porque, si haces como que no te mueves para que no te vea, quizás el monstruo no te devore.

Pero lo hizo. El periodo 2018-2024 en Jalisco estuvo marcado por un aumento constante de la violencia, impulsado por la actividad de grupos criminales. Las desapariciones, asesinatos de alto perfil y actos de terror contra la población han sido síntomas de una lucha territorial sin precedentes que no tienen contenta a la población.

Y, discursos aparte, las respuestas que se han dado como autoridad (municipal, estatal, federal) no han sido suficientes para mitigar la escalada de violencia; mucho menos para restaurar la paz.

El mismo Enrique Alfaro que, en 2012, decía que no habría por qué conformarse con gobernar el mejor de los peores estados, hoy celebra que, poco a poco, Jalisco esté muy lejos de las cifras de entidades como Yucatán, aunque muy cerca de las de Nuevo León y Zacatecas… pero por debajo de la media nacional.

Ninguna cifra a la baja tranquilizará nunca a las familias de las 13 mil 205 víctimas de homicidios dolosos que ha registrado este sexenio en Jalisco. Hablar de frente y claro, o no, para decirle a la gente que tus muertos son cifras que van a la baja es tan indolente como irresponsable. Porque no: no vamos bien y no sólo se matan entre ellos. Y sí: la crisis de inseguridad, violencia y desapariciones a la que se prometió hacer frente no pudo ser sorteada. El monstruo devoró.

Por eso es un buen augurio que la próxima administración, la que sea que tome las riendas de la Entidad, se atreva a reconocer que existe una crisis de violencia y de desaparecidos en Jalisco, una agenda hasta ahora no admitida por la gestión que vive su ocaso.

Llamar a las cosas por su nombre es el primero de muchísimos pasos para desligarse de la fallida apuesta de seguridad y comunicación política que hay en esta materia. Ver al monstruo de frente es sólo la tarea de arranque como autoridad para hacer valer que, en la elección, se te dio el poder del Estado y que, si así lo desea, el Estado puede hacerse cargo de su tarea elemental: que la gente viva en paz.

Pero, como ocurrió en este sexenio, la narrativa y la ejecución de acciones no caminaron al mismo rumbo. Y, por supuesto, el que venga tendrá el mismo ojo crítico hasta que demuestre que una Secretaría de Inteligencia y Búsqueda de Personas, o lo que sea que eche a andar, fue la apuesta correcta y no sólo un pretexto para crear más burocracia inútil.

isaac.deloza@informador.com.mx

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