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A 65 años de uno de los partidos del siglo

Al menos en México, se le llama “Partido del Siglo” al encuentro entre Italia y Alemania, en la Semifinal del Mundial de 1970.

Los ingleses difieren. Para ellos, el partido del siglo se jugó el 25 de noviembre de 1953 en el Estadio de Wembley, entre Inglaterra y Hungría.

Los húngaros demolieron por 6-3 a Inglaterra, que nunca había sido derrotada en casa y se consideraba la nación portadora de la mejor tradición del futbol.

Los húngaros devolvieron a la realidad a los ingleses en un partido en que se jugaba más que un resultado futbolístico o el orgullo británico.
“La amarga lucha entre capitalismo y comunismo se pelea no sólo entre nuestras sociedades, sino también en la cancha”, comentó Gusztav Sebes, entrenador de Hungría, país que vivía bajo un régimen comunista.Según la leyenda, antes del inicio de partido los jugadores ingleses comentaron con sarcasmo el físico del capitán de los húngaros, un cierto Ferenk Puskas, cuyo torso parecía un protuberante barril.

La sonrisa se borró muy rápido de los rostros de los futbolistas ingleses. Uno de ellos iba a recordar años más tarde: “Era como jugar con gente venida del espacio exterior”.

El tercer gol de ese partido demuestra la impotencia de los ingleses y el espíritu creativo de los “Magiares Mágicos”. En un gesto que ha pasado a la historia del fútbol, Puskas amagó en el área y en lugar de disparar, pisó el balón y lo arrastró hacia atrás, provocando que Billy Wright,  el capitán de Inglaterra, cayera como un niño que camina sobre hielo por primera vez.

El gol que resultó era el que Puskas señalaba como su favorito. “No sé de dónde vino”, recordaba. “La ‘arrastrada’ era algo que hacía cuando era niño, pero no era algo que hubiera practicado. Fue instintivo”.

Para Rogan Taylor, profesor de futbol en la Universidad de Liverpool, el gesto de Puskas fue un descubrimiento, una invención. “Nadie antes había arrastrado la pelota hacia atrás en Inglaterra. Nadie había visto eso, fue un acto revolucionario”.

La sublevación que soñaba el técnico Sebes parecía haberse apuntado una incuestionable victoria en Wembley, pero el mayor beneficiado terminó siendo Inglaterra.

En un segundo amistoso disputado en Hungría un año después, Puskas y sus secuaces volvieron a aniquilar a los ingleses, en esta ocasión por 7-1.

Ya no había excusas. El fútbol inglés había caído de su pedestal y tenía que abrirse a las innovaciones del resto de Europa si quería sobrevivir.

El campeonato mundial que los ingleses ganaron en 1966 fue el resultado del proceso desencadenado por ese par de goleadas en contra.

El efecto de la victoria fue aún más relevante en Hungría. El triunfo unió al país e implantó una idea subversiva en la mente de sus habitantes: si el equipo húngaro pudo derrotar a los invencibles ingleses, ¿por qué no podrían hacer ellos lo mismo con la ocupación soviética?

Para algunos historiadores, las victorias de los “Magiares Mágicos” sobre Inglaterra fueron un factor en la revolución húngara de 1956, que terminó siendo sofocada con violencia por la Unión Soviética.

Por eso, si el encuentro entre ingleses y húngaros en Wembley no es el partido del siglo, seguramente es uno de los más serios candidatos a serlo por la calidad del fútbol desplegado y por el significado histórico y futbolístico que revistió.

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