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A 25 años de un despido incomprensible

En 1992, el técnico serbio Radomir Antic (fallecido recientemente) era despedido del Real Madrid a pesar de ocupar el liderato de la Liga española, tres puntos por arriba del Barcelona de Johan Cruyff. Al entonces presidente de los merengues, Ramón Mendoza, le disgustaba su equipo porque no brindaba espectáculo, y trajo en su lugar al holandés Leo Beenhakker. El Real Madrid acabó perdiendo la Liga en la última jornada tras perder en Tenerife por tres goles a dos.

Tres años después, Beenhakker vivió la misma situación de Antic al ser despedido del América un 6 de abril pese a dirigir a un equipo que iba en primer lugar, de juego ofensivo y con todas las credenciales para recuperar el campeonato de Liga que se les resistía desde 1989. Tiempo después, el estratega tulipán afirmó que fue cesado al no cumplir una orden del presidente, Emilio Díez Barroso, de sentar en el banco de suplentes a Joaquín del Olmo por una disputa contractual. La decisión perjudicó al equipo azulcrema y dejó secuelas en el andar ganador de un club que no recuperaría la cima hasta el Torneo de Verano 2002.

Cuando se supo que el entrenador holandés dirigiría al América, la noticia se recibió con una mezcla de escepticismo y desconocimiento. Los fichajes de Francois Omam Biyik, delantero camerunés procedente del Lens francés, y de Kalusha Bwalya, mediocampista de Zambia con una trayectoria de cinco años en el PSV Eindhoven holandés, parecían decisiones exóticas, pero realmente eran el fundamento para un equipo espectacular y carismático que recibió el mote de “las abejas africanas”.

En aquella Temporada 1994-1995, el América tuvo un arranque dubitativo, con una derrota ante el Atlas en el primer juego en el Estadio Azteca con un gol de Cristian “El Pájaro” Domizzi. Pero a partir de la Fecha 6, cuando en un partido de viernes por la noche las Águilas remontaron un 0-2 para vencer 7-3 al Atlético Morelia, la afición conectó definitivamente con aquella escuadra. Vinieron más triunfos holgados ante equipos débiles (8-1 a Correcaminos), y victorias más emotivas y cerradas como el 3-4 al Guadalajara en el Estadio Jalisco, con el gol definitivo de un joven Cuauhtémoc Blanco que jugaba de extremo, y el América se instaló en el primer lugar en vías a consolidar ese dominio en la Liguilla. Pero nadie esperaba que Leo Beenhakker fuera despedido.

Aunque era un gran equipo, tampoco era seguro que ese América iba a ser campeón. Enfrente había excelentes escuadras como las Súper Chivas de Alberto Guerra (que terminaron arrebatando el liderato general a su acérrimo rival), el Cruz Azul con los goles de Carlos Hermosillo y los pases del argentino Julio Zamora, y el incómodo Necaxa de Manuel Lapuente y Alex Aguinaga, que había eliminado a las “abejas africanas” del torneo de Copa. Pero aquél despido incomprensible convirtió a ese América en una especie de leyenda trunca en la mente de muchos seguidores azulcremas, y a Leo Beenhakker en un recuerdo perdurable que no se perturbó siquiera tras dirigir a Chivas meses después o una segunda etapa mediocre en Coapa (2003-2004).

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