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500 años: un mapa, Guadalajara y una grave omisión...

Contemplo el maravilloso plano de la ciudad de Guadalajara realizado en 1800, la ciudad se muestra con una traza casi perfecta hacia los puntos cardinales; el Río Blanco, posteriormente llamado San Juan de Dios, limita el oriente de la ciudad, mientras una vegetación exuberante bordea el resto de la joven urbe. El color aplicado a esta cartografía, la vuelven única y en suma bella, hay representaciones detalladas de puentes, conventos, e incluso de La Alameda (hoy Parque Morelos) que luce un elegante diseño de jardines. Vuelvo la vista hacia el manantial del Agua Azul, yacimiento natural del Río Blanco, y me llevo una gran sorpresa; en el sitio donde deberían aparecer el manantial y los dos pueblos de indios, Analco y Mexicaltzingo, se ha decidido dibujar un pergamino con el listado de los lugares representados en el plano, y solo señalar las parroquias respectivas de cada poblado. Desde luego esta decisión lejos de ser inocente y fortuita nos revela una intención clara por negar y esconder los asentamientos indígenas de la ciudad.

El 13 de Agosto de 1521 cayó el imperio más grande de Mesoamérica en manos de Hernán Cortés, quien dirigía un ejército de unos 700 soldados españoles y alrededor de 100 mil guerreros nativos aliados a la corona española. El final de México-Tenochtitlan representó el ocaso de una cosmovisión propia de los pueblos americanos y el inicio de una conquista espiritual, tal vez de mayor trascendencia que la misma conquista militar, que llevaron a cabo los frailes evangelizadores. Producto de este choque violento surgió nuestra realidad mestiza y las ciudades no fueron ajenas a esta lucha de contrarios; a quinientos años de este trascendental suceso histórico, no solo es oportuno, sino necesario abordar el legado indígena en la conformación de nuestra ciudad.

Guadalajara como es bien sabido fue fundada en tres ocasiones previas a su asentamiento definitivo en el Valle de Atemajac; sin embargo, en dicho valle ya existían tres poblaciones indígenas: Mezquitán, Analco y Mexicaltzingo, las dos últimas consecuencia de la presencia española en tierras mesoamericanas, mientras que la primera de ellas contaba con una historia absolutamente ajena a la invasión hispánica.

Mezquitán era un pueblo de indios tecuexes que recibía protección y pagaba tributo al cacicazgo de Tonalá, cacicazgo gobernado por la reina Cihualpilli que era la fuerza hegemónica de la región en el momento previo a la llegada de los españoles. Por su parte, San Sebastián de Analco era un poblado de indios cocas y tecuexes que se habían asentado a los alrededores del primer convento franciscano fundado en Tetlán en 1530, y que tras la primera reubicación del convento a las inmediaciones del Río Blanco, hoy Calzada Independencia, se estableció de forma definitiva como un nutrido asentamiento indígena que llegó a tener para 1550 el doble de la población de Guadalajara.

San Juan Bautista de Mexicaltzingo, tuvo un origen aparentemente paradójico, ya que fue el resultado de las campañas militares del Virrey Antonio de Mendoza, quien al verse apremiado por la férrea resistencia de los indios caxcanes liderados por Tenamaztle (para León-Portilla el primer guerrillero americano), tuvo que traer indígenas nahuas conversos del centro de México para librar la guerra del Mixtón. Esta población indígena traída para la batalla generó un asentamiento en las cercanías del manantial del Agua Azul, estableciéndose así de forma definitiva en 1540 como un pueblo de indios.

Los tres asentamientos indígenas, a pesar de existir previamente a la fundación de Guadalajara, nunca lograron ser reconocidos ni integrados a la capital de la Nueva Galicia; por el contrario, su segregación quedó de manifiesto tanto en la cartografía realizada durante la Colonia, ya que fueron omitidos en su representación, como en la misma planeación y concepción de la ciudad, prueba de ello es la realización de edificaciones de control militar para consolidar una frontera con dichos pueblos. Un ejemplo de estas edificaciones es el convento-fortaleza de San Francisco (conocido popularmente como Los dos templos) que sirvió como control de acceso y límite de Guadalajara con Analco y Mexicaltzingo.

A pesar de los esfuerzos de la sociedad tapatía por evitar la incorporación de los pueblos de indios a Guadalajara, el crecimiento urbano de la ciudad irremediablemente los alcanzó, y fueron reconocidos como barrios de la ciudad en el inicio del siglo XIX. El encuentro urbano de estos pueblos de indios y la ciudad novohispana ha dejado algunos lugares icónicos de la ciudad como “Las Nueve esquinas”, que es producto del choque entre la retícula ortogonal de Guadalajara y el trazo aleatorio de “plato roto” de Mexicaltzingo, dando como resultado una plaza donde podemos contar nueve aristas o esquinas. La confluencia de estas dos realidades es una suerte de cicatriz urbana que da testimonio de la memoria mestiza con doble raíz propia de nuestra ciudad.

Hoy en día los pueblos de indios de Guadalajara que representaron por mucho tiempo la periferia han sido absorbidos completamente por la metrópoli, el imaginario urbano incluso los ha situado como parte del centro de la ciudad. Mezquitán, Mexicaltzingo y Analco son piezas claves en el origen y la conformación de Guadalajara, ya que representan esa otra raíz identitaria que históricamente se intentó negar. El tomar conciencia de nuestra naturaleza mestiza a nivel personal y de ciudad nos brinda la oportunidad de redibujar, al menos de forma metafórica, ese plano de 1800, donde los pueblos de indios tomen el lugar que siempre les correspondió como fuerza primordial y antagónica en la fundación de nuestra ciudad.
 

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