50 años del golpe en Chile
Hace 50 años, el 11 de septiembre de 1973, las Fuerzas Armadas de Chile, traicionando sus principios y sus compromisos, dieron un golpe de Estado por el que derrocaron violentamente el Gobierno del Presidente Salvador Allende, electo democráticamente el 4 de septiembre de 1970.
El golpe contó con el apoyo del gobierno de Estados Unidos de Richard Nixon, quien autorizó todos los recursos y medios para que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) preparara un plan para desestabilizar al socialista. Las órdenes presidenciales de Nixon para desestabilizar al Gobierno de Allende se dieron apenas diez días después de que fue electo presidente.
El golpe militar se venía preparando desde meses atrás. La mañana de ese 11 de septiembre, a las 4 de la madrugada las fuerzas armadas arrancaron el golpe militar con el despliegue de la Marina en el puerto de Valparaíso, y posteriormente con el derribo de antena de varias estaciones de radio. A esa hora ya se había dado un ultimátum de rendición incondicional para el presidente Allende, quien se había atrincherado en el Palacio de La Moneda en Santiago. A través de un intermediario, el traidor Augusto Pinochet ofreció a Allende que le pondrían un avión a su disposición para que saliera del país, aunque a su interlocutor le admitió que la aeronave sería derribada apenas saliera del país.
A las 11:00 horas de ese 11 de septiembre, los generales golpistas dieron un ultimátum de 30 minutos para que el personal, policías y guardias que permanecían en el palacio de La Moneda, salieran antes de iniciar el ataque aéreo. Allende se quedó apenas con 25 fieles elementos de la Guardia de Amigos Personales (GAP). A las 11:58 horas del 11 de septiembre aviones bombardearon La Moneda. Según algunos testimonios, cerca de las 13:40 horas, Salvador Allende se suicidó con una metralleta que le había regalado Fidel Castro.
El golpe militar contra Salvador Allende hace 50 años dejó una estela trágica de violencia y graves delitos de derechos humanos, e incluso de lesa humanidad. Desde el día del golpe se detuvo a decenas de miles de personas, fueran miembros o no del gobierno de la Unidad Popular, y se les llevó a cárceles y nuevos centros de detención. Miles de los presos fueron confinados en el Estadio Nacional. Informes de violaciones a los derechos humanos (Comisión Valech) estiman que se abrieron hasta 1,200 centros de detención ilegales, y se detuvo, persiguió, torturó, asesinó y desapareció hasta más de 40 mil personas.
Muchos de los detenidos fueron víctimas de los crueles y brutales “vuelos de la muerte” mediante los cuales los militares arrojaron cientos de cuerpos de detenidos al océano Pacífico. Oficialmente el gobierno chileno ha reconocido 1,469 víctimas de desaparición forzada y solo 307 cuerpos o restos óseos han sido identificados.
La dictadura de Pinochet produjo además el exilio de más de 200 mil chilenos, y gobernó a sangre y fuego. Cientos de funcionarios, líderes políticos y militantes de izquierda locales fueron enviados a la Isla Dawson, donde fueron sometidos a trabajos forzados y torturas.
Un reciente reportaje del New York Times, reproduce notas manuscritas del entonces director de la CIA, Richard Helms que recogía las instrucciones del presidente Nixon sobre lo que esperaba que se hiciera: “No importan los riesgos involucrados”; “10 millones disponibles, más si es necesario”; “Hacer chillar a la economía”. El plan involucraba una campaña propagandística, el soborno de congresistas y la instigación de un golpe militar” (https://cutt.ly/LwxtGgWt).
En un ejercicio de memoria y exigencia de justicia, es necesario recordar el golpe de Chile de hace 50 años para que nunca más se impongan ideologías o proyectos políticos mediante la represión y la violencia. Y nunca más los potencias hegemónicas, como Estados Unidos, destinen recursos para derrocar gobiernos.
Antes de morir, y sabiendo que era su último mensaje a su pueblo, Salvador Allende dijo a través de la radio: “Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”. Y en efecto, su sacrificio no fue un vano. Miles recogen su lección moral para luchar para que la felonía y la traición no impongan, nunca más, dictaduras militares.