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* “Saldo blanco”

Antes de saltar a los temas de rabiosa actualidad —la participación del Pachuca en el Mundial de Clubes, por ejemplo—, se impone añadir un subrayado al desenlace que tuvo, el domingo pasado, mediante el Clásico Regio, el Torneo de Apertura 2017 del futbol mexicano…

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El reporte de “saldo blanco” emitido por las autoridades civiles y policiacas de Monterrey, amerita, en efecto, párrafo aparte.

Se habían anticipado temores de que el desenlace del episodio desentonara con el buen deseo de que todo transcurriera dentro de los cauces deportivos. A pesar de los insistentes mensajes de dirigentes, técnicos, jugadores y de las propias autoridades, en el sentido de que la rivalidad deportiva no debe traducirse en enemistad declarada ni reflejarse en actitudes violentas como colofón de una contienda que necesariamente debía tener un vencedor y un vencido, algunas amenazas, filtradas a través de las redes sociales, alimentaron ciertas inquietudes.

Fue un alivio que, al concluir el partido, los aficionados reunidos en el estadio del Monterrey, abrumadoramente mayoritarios a favor de La Pandilla, aplaudieron a los Tigres al consumarse su victoria y la consiguiente coronación… Fue una muestra de madurez de los espectadores. Fue una clara señal de que su deportivismo y su decencia estuvieron por encima de la natural frustración que les causó el resultado.

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Que, aun siendo la suya una presencia absolutamente minoritaria, hubiera aficionados ataviados con la camiseta de los Tigres, intercalados en los grupos en que predominaban las indumentarias rayadas, fue una prueba más de que el futbol en México aún puede reivindicar su calidad de espectáculo familiar. Si es verdad que hay grupos de aficionados —las “barras”, que algunos clubes ya han proscrito— negados a la convivencia pacífica, proclives a la violencia, también es cierto que la mayoría repudia esas conductas y que los clubes han intensificado, con éxito, las campañas a favor de que, como reza el adagio, “la fiesta se lleve en paz”… Después de todo, en el deporte, como en la Rueda de la Fortuna, tanto las alegrías como las amarguras tienen fecha de caducidad a corto plazo.

Esa fue, pues, una de las  secuelas más estimables de la doble batalla con que se definió el título del Torneo de Apertura: el consenso de que las victorias y las derrotas con que se resuelven las batallas futbolísticas, no tienen por qué implicar el derramamiento de sangre.

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