* ¿“Robo”…?
En lo que se consuma -como casi seguramente sucederá- la decisión de la Conmebol, de que River Plate y Boca Juniors disputen la Final de la Copa Libertadores, no en Buenos Aires, por las razones que son del dominio público, sino en Madrid, donde habría las condiciones idóneas, convendrá puntualizar que el clamor de los fans -como se les denomina de manera peyorativa- argentinos, en el sentido de que “les robaron” esa Final, no procede; no viene al caso; no encaja con la verdad…
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Ellos lo saben. La espiral de violencia que, por desgracia, ha tomado carta de ciudadanía en el futbol argentino, había convertido al Estadio Monumental -casa del River- literalmente, en una olla de presión.
El empate a dos goles del partido de ida, en La Bombonera -casa del Boca-, dejó la moneda en el aire para el partido de vuelta. La actitud de los más recalcitrantes seguidores del River, decididos a hacer sentir a los jugadores rivales, primero, que estaban en territorio enemigo, y segundo, que estaban en absoluta minoría, llevaba la deliberada, perversa intención de amedrentarlos; de hacerles sentir que esa agresividad latente pudiera acrecentarse, rebasando todos los límites tolerables en la rivalidad deportiva, en función del resultado.
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Se justificaba plenamente, en ese contexto, el comentario de Pablo Pérez, el jugador del Boca herido en un ojo en la pedrea contra el autobús de su equipo:
-Si ganamos, nos matan.
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Si el cambio de sede se hubiera decidido en función del beneficio económico que los clubes pudieran obtener jugando en Arabia Saudita o en Estados Unidos, como llegó a plantearse, conformes: había espacio para hablar, argumentando que los aspectos deportivos se habían sacrificado en aras de los económicos, de prostitución o de robo.
Pero como la decisión se tomó a raíz de que tanto las autoridades deportivas como las civiles argentinas consideraron que no había condiciones para garantizar que el partido se jugara normalmente, como corresponde a una fiesta del deporte, y para que el desenlace tuviera igualmente un tono festivo, la conclusión es que la agresividad de los fanáticos y la prudencia de los dirigentes llevaron el asunto a la decisión más pertinente: asegurarse de que el partido se desarrolle normalmente… (Y cruzar los dedos para que la mezcla de la euforia de los vencedores y la frustración de los vencidos, a la postre, no resulte trágica).