* Racismo
Ayer era la homofobia; hoy, el racismo…
Si la Federación Mexicana de Futbol decidió acatar el mandato de la FIFA y tomar medidas drásticas para erradicar de los estadios la interjección con que los aficionados acompañan los saques de meta de los porteros, está bien: aunque la intención, en sus orígenes, era lúdica, mejor si se erradica para no normalizar ni permitir que se institucionalice, ni mucho menos legitimar expresiones ofensivas, de mal gusto, en un espectáculo que siempre ha tenido la pretensión de ser familiar.
Lo otro es relativamente novedoso: la tarjeta amarilla -más la correspondiente multa al club- de la Comisión Disciplinaria a los aficionados de San Luis Potosí, por las expresiones racistas que dedicaron a Miler Bolaños, jugador ecuatoriano de Tijuana, sugiere que esas conductas, que principalmente en Italia y en menor medida en España y otros países europeos se han presentado con bastante frecuencia, llegaron también a México.
*
El caso más serio de esa naturaleza ocurrido en México, se centró en Adalid Maganda, árbitro guerrerense que promovió acciones ante la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) contra Arturo Bricio y Jorge Gasso, dirigentes de la Comisión de Arbitraje, por considerar que lo marginaron del arbitraje, no por “bajo rendimiento”, como decían sus superiores, sino lo discriminaban por el color de su piel.
A raíz de las recomendaciones de los organismos señalados, Adalid fue reinstalado… aunque desde entonces sólo se le han asignado partidos de los torneos de Fuerzas Básicas Sub-20.
*
Los sociólogos, y los sociólogos del deporte particularmente, han abordado con amplitud y a profundidad el tema, precisamente porque el fenómeno tiende a permear. Como apunta Elías Canetti en “Masa y Poder”, las personas, una por una, cuando integran una masa “se unen y dejan de ser ellas mismas”. Quien pudiera tener algún temor de ser identificado y sancionado por una actitud agresiva u ofensiva, al sumarse a la masa, se libera de ese temor. “En esa densidad -añade-, donde apenas hay hueco entre unos y otros, se consigue el alivio. Ciertos individuos se funden y se vuelven anónimos, ‘valientes’, inexpugnables…”.
(Lo de “valientes”, por cierto, va entrecomillado, porque pocas actitudes hay tan cobardes como la de refugiarse en el anonimato de la masa para incurrir en conductas de las que serían incapaces… si tuvieran que dar la cara).