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* ¡Qué barato...!

La frase de “Lagrimita” viene exactamente a la medida: “¡Qué barato…!”

En efecto: el 4-1 de ayer, favorable al Monterrey —favorable a la lógica, sobre todo— y adverso para el Atlas, sólo reflejó a medias la diferencia entre la estatura de los dos equipos: uno, por lo que hizo en la temporada regular, gran favorito al título; otro, beneficiado por el sistema de competencia, el inevitable “colado” de la fiesta.

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Puestos a buscar un consuelo en la desgracia, los seguidores del Atlas insistirán en que tanto en Guadalajara, el jueves, como en Monterrey, ayer, hubo errores arbitrales perjudiciales para los intereses de su equipo; que en el partido de ida se omitieron dos penalties a favor de los rojinegros, y en el de vuelta hubo unas manos de Basanta, en el área, que debieron haberse sancionado con la pena máxima.

Aun en la hipótesis de que esas infracciones se hubieran sancionado y el Atlas las hubiera convertido en goles (y al margen de que, como establece el lugar común, “el ‘hubiera’ no existe”), fue tan notoria la diferencia entre rayados y rojinegros, que parece plausible la teoría de que el Monterrey, ayer, pisó el acelerador en el primer tiempo para traducir su superioridad al marcador y aniquilar la posibilidad de que, por incurrir en excesos de confianza, se produjera una hazaña —por no decir, de plano, que de un milagro— a cargo del Atlas, y terminó jugando a medio gas.

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Con el 4-1 en el marcador parcial en el descanso (6-2 en el global), los regios dosificaron el esfuerzo; conscientes de que el triunfo estaba prácticamente asegurado, hicieron, literalmente, un partido conservador; entendidos de que el Atlas no tenía argumentos para revertir lo que parecía un hecho consumado desde que la derrota del Necaxa, como local, ante el Morelia, en el cerrojazo de la fase clasificatoria, les regaló el nada envidiable papel de carne para los leones en la Liguilla, reservaron energías para el siguiente compromiso.

Si en los partidos del sábado —“Tigres”-León y Morelia-Toluca— hubo cierto equilibrio de fuerzas y los resultados no se definieron por los marcadores globales sino por la letra chica del reglamento de competencia (la mejor ubicación en la primera fase), a los duelos entre Monterrey y Atlas les quedó a la medida el título de la novela de García Márquez: “Crónica de una Muerte Anunciada”.

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