Ideas

* Promesas

Por más que se diga que “ya no es noticia” que México llegue lejos en torneos como el Mundial Sub-17, es de elemental justicia celebrar -sin llegar a los excesos, desde luego- victorias como la de ayer, sobre Holanda, válido por el boleto a la Final del certamen que ahora mismo se celebra en Brasil.

Haber conseguido ese boleto por la vía de los penalties no constituye ningún demérito para los mexicanos. Los comentarios en el sentido de que fueron muy afortunados en el trámite del partido, por las oportunidades malogradas por los holandeses, tampoco… Si fue justo o no, es subjetivo; pero el triunfo, por donde quiera verse, fue legítimo. Y, al margen del resultado que se consiga en la Final, el domingo, llegar a esa instancia es meritorio. Indiscutiblemente.

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Ahora bien: el hecho de que el futbol mexicano haya llegado lejos, una vez más, en un torneo para Selecciones menores, obliga a plantear, por enésima vez, la pregunta de por qué no sucede lo mismo con las Selecciones “grandes”…

Ya sucedió con aquellas Selecciones que cumplieron actuaciones y consiguieron títulos en los mundiales juveniles de Toulon y Cannes, hace casi medio siglo, con Diego Mercado como timonel; de ahí salieron los Cuéllar, Manzo y Hugo Sánchez, por mencionar a los más notables. Sucedió con la Selección dirigida por Chucho Ramírez, que ganó el Mundial Sub-17 en Perú 2005, con Carlos Vela, Gio y Jona dos Santos como sus figuras. Sucedió con el grupo, dirigido por Luis Fernando Tena (con Corona, Toño Rodríguez, Mier, Diego Reyes, Vidrio, Araujo, Salcido, Ponce, Herrera, Aquino, Fabián, Gio, Peralta, Jiménez, etc.), que ganó el oro en los Juegos Olímpicos de Londres 2012.

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En el último de los ejemplos, todos sus integrantes ya militaban en equipos de Primera División. En los anteriores, varios dieron el salto al profesionalismo y aun lo hicieron en forma sobresaliente.

¿Por qué el grupo no se mantuvo ni revalidó esos títulos…? Porque es lógico -aunque sea lamentable- que algunos se pierdan en el camino, ocasionalmente porque los triunfos los desubican, y siempre porque el proceso de maduración, para alcanzar la plenitud, está supeditado a factores muchas veces imprevisibles.

En todo caso, queda el buen deseo de que las experiencias -buenas y malas- de quienes ya pasaron por ahí, sean de utilidad para que las promesas de hoy lleguen a graduarse como las realidades de mañana.

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