* Pelea de perros
Pareció más una pelea de perros que un partido de futbol…
En efecto: el buen deseo de que Tigres y Monterrey brindaran una Final brillante, emotiva por las acciones ofensivas que pudiera presentarse o por las intervenciones a que se vieran obligados los arqueros, se quedó incumplido.
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Fue el de anoche en el Estadio Universitario —“El Volcán”, que le llaman— un partido sordo, intenso, muy trabado y poco espectacular. Más peleado que jugado.
Fue avaro en aproximaciones… aunque en la memoria de los espectadores se quedaron registradas las oportunidades que tuvieron Gignac y Funes Mori, en el primer tiempo, cuando el marcador ya estaba empatado a un gol, para poner en ventaja a sus equipos, y tanto el francés como el argentino rubricaron sus oportunidades con remates indignos de su jerarquía.
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En cambio, fue un duelo pródigo en tarjetas: media docena de amarillas por bando, y las rojas que aparecieron en los minutos finales, sobre Vangioni y Ayala, y dejaron disminuidas numéricamente a las dos escuadras. Tal cantidad de sanciones disciplinarias fueron fiel reflejo de la intensidad que tuvo una Final de la que se esperaba un mejor futbol… aunque también se temía que pudiera resultar propicia para que prevaleciera el afán especulativo sobre la ambición.
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El buen deseo de que el protagonismo recayera en las fórmulas ofensivas de las dos escuadras (Valencia, Vargas y Gignac por los Tigres; Pabón, Funes Mori y Avilés Hurtado por los Rayados) se frustró por la aplicación que los bloques defensivos tuvieron para que prevaleciera el antídoto de la marca, la anticipación y la supremacía cuerpo a cuerpo, sobre el veneno de la creatividad y la contundencia de los atacantes.
De hecho, los arqueros —que suelen ser los barómetros de la emotividad de un partido— se hicieron notar más en los lances que se registraron en el marcador, que en intervenciones sobresalientes. Nahuel Guzmán, al hacer malabares con el remate de cabeza de Nicolás Sánchez al corner de Pabón por la izquierda, incurrió en un infrecuente autogol del portero. Hugo González, al tratar de adivinar el penalti de Valencia y lanzarse a la izquierda, regaló el marco para que el ecuatoriano, en un alarde de sangre fría, hiciera el gol “a lo Panenka”, con un disparo suave a la mitad de la portería.
Colofón (con el tópico inevitable): la moneda sigue en el aire…