Ideas

* "Oficio de vagos"

Cuando Argentina ya tenía justa fama de ser uno de los principales productores de talentos para el futbol, a nivel mundial (Di Stéfano y Sívori serían obligados botones de muestra), también solía decirse que “el futbol es oficio de vagos”; o sea, quehacer propio de muchachos con escasa educación, procedentes de estratos socio-económicos bajos, y a los que sus aptitudes para el deporte compensaban —con creces en abundantes casos— las dificultades que hubieran tenido para conseguir no sólo un buen nivel de vida, sino éxito profesional, fama y fortuna, si hubiesen optado por un oficio tradicional o una carrera universitaria a la que difícilmente habrían tenido acceso.
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Historias de futbolistas que se significaron por sus proezas dentro y por su vida licenciosa fuera de la cancha, las hay para llenar varios volúmenes. Todas ellas están a la mitad del camino entre la épica y la picaresca... Para no hurgar en las arenas movedizas de la reputación, y porque viene al caso que “se dice el pecado, no el nombre del pecador”, baste recordar que, sólo en el caso de México, varios jugadores crearon fama de que muchas de sus mayores hazañas balompédicas ocurrieron casi inmediatamente después de que sus amigos “fueron a sacarlos de la cantina, ahogados de borrachos”.
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En lo esencial, es probable que las cosas no hayan cambiado demasiado.  Sigue siendo cierto, sin embargo, que la cancha pasa factura... Un futbolista desordenado, amigo de la juerga, atenta contra su propia carrera y, a la larga, contra su salud. Puede tener actuaciones sobresalientes, en la medida que sus facultades también lo sean… pero difícilmente tiene regularidad en su desempeño, y más difícilmente consigue prolongar su carrera cuanto él mismo desearía.

Por otra parte, el entorno social —merced, entre otras cosas, a los avances tecnológicos— se ha modificado. Cada vez hay más ojos vigilantes, delatores. Cada vez hay menos espacio para la privacidad.
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De ahí que las exigencias del futbol actual obliguen a la mayoría de los jugadores —más allá del deterioro que pueda significar para su imagen pública el escándalo que muchas veces los alcanza— a observar, en el ámbito personal, un comportamiento a tono; a darse permisos, sí…, pero no a pasarse la vida dándose permisos; a aplicar la norma de que “es bueno el desorden… pero con orden”; a entender, en suma, que “todo con medida, nada con exceso”.
 

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