Ideas

* Monólogo americanista

Bien dicen que “más tiene el rico cuando empobrece que el pobre cuando enriquece”…

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Por nómina, por plantel, por nombres, por historia, el América estaba obligado a revertir el 2-0 con que el Morelia ganó, el jueves en su casa, el partido de Ida.

Los michoacanos alimentaron desde entonces un hermoso sueño: hacer un gol más, ayer, en el partido de Vuelta. Un gol que hubiera obligado a los capitalinos a anotar cuatro… Sin embargo “Los sueños, sueños son” —diría Calderón de la Barca—, y el América hizo lo necesario para frustrar la posibilidad de que los “Monarcas” reeditaran la sorpresa que dieron en la fase de cuartos de final a costillas del León. Se levantó de la lona; dio a sus simpatizantes la mayor alegría —hasta ahora— (y a sus detractores su mayor berrinche) del Torneo de Apertura; impuso su jerarquía, y ganó, a pulso, el boleto a la Final.

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El resultado —2-2  en el marcador global, con el pase de los capitalinos a los duelos decisivos ante el Monterrey conseguido merced a su mejor ubicación en la tabla durante la fase clasificatoria— deja al Morelia con las manos vacías; si acaso, con el consuelo de haber cumplido una campaña más que decorosa.

Ayer, empero, el partido fue de un solo lado. Casi un monólogo… Salvo el sobresalto que significó el gol de Ortiz —de no haberlo invalidado el VAR, muy probablemente lo habría invalidado por el juez de línea, porque el fuera de juego del anotador fue evidente—, el resto fue de pleno dominio y neta superioridad física, técnica y táctica americanista.

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Sin perjuicio del orden que tuvo el adversario hasta antes de la infortunada barrida de Velarde que cambió la trayectoria e hizo imparable —para Sosa… y para cualquiera que hubiera estado en su lugar— el disparo de Ibarra que abrió la puerta del triunfo para los capitalinos, la aplicación de los americanistas para jugar, cuando el balón fue suyo, y para no dejar jugar, en los contados lapsos en que la pelota fue del adversario, quedó evidenciada en los peligros que hubo en las porterías: Sosa en dos ocasiones y el poste en otra, frustraron sendas ofensivas resueltas del América; del otro lado, el utilero recogió el uniforme de Ochoa, lo dobló y lo guardó… sin tener que hacerlo pasar por la lavandería.

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