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* Maradona

Diego Armando Maradona no es la primera “vaca sagrada” del futbol mundial que sorpresivamente se enrola en el relativamente modesto futbol mexicano…

Por aquí pasaron, aún como futbolistas, en el final de su carrera, campeones mundiales como Didí, Vavá y Mauro; antiguas estrellas como Eusebio, Coutinho, Repetto, Edú, Dirceu Guimaraes o Ronaldinho; jugadores de talla mundial aún en plenitud de facultades como Edu Vargas o Gignac. De los técnicos, Scopelli, Cesarini, Riera, Senekovitch, Menotti y Cruyff serían algunos botones de muestra.

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De Maradona, las noticias más recientes, hasta hace poco, fueron la versión de que se convertiría en presidente del Dynamo Brest de Bielorrusia; que supuestamente adquiriría ahí una residencia de 20 millones de dólares (400 millones de pesos mexicanos, equivalentes a más de mil viviendas de interés social en el país)… y, por supuesto, los escándalos que dejó a su paso, en su carácter de (dizque) espectador VIP, por el Mundial de Rusia.

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Que un importante equipo mexicano de Primera División -póngale usted, lector amable, el nombre que quiera- realizara el esfuerzo económico y asumiera los riesgos extradeportivos inherentes a la contratación de Maradona como entrenador, tendría que interpretarse como una aventura por demás riesgosa. Que lo haga Dorados de Culiacán, de la Liga de Ascenso, con posibilidad teórica de pasar a la máxima categoría pero rezagado ahora mismo en esa lucha, con mucha mayor razón.

Inconmensurable como futbolista -a pesar de la otra cara, nada ejemplar, de su historial-, Diego, como técnico, no tiene argumentos para ostentarse como hacedor de campeones. De su paso por Deportivo Mandiyú, Racing, la Selección Argentina, Al Wasl y Al Fujairah (estos últimos en los Emiratos Árabes Unidos), su balance incluye menos maduras y más podridas de las que quisieran ver quienes insisten en endiosarlo pese a que sus miserias como persona -escandalosas a menudo- rivalizan con la grandeza que alcanzó como uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos.

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Diego, hasta ahora, muy bien podría hacer suyo el autorretrato hablado de El Tenorio: “Por donde quiera que fui, /la razón atropellé, /la virtud escarnecí  y a la justicia burlé; /yo a las cabañas bajé, /yo a las montañas subí, /yo los claustros escalé, /y en todas partes dejé /memoria amarga de mí …”. Etc.

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