-García Luna
Lo proclama la “vox populi” (a la que algún blasfemo decidió identificar con la “vox Dei”):
–“Pepe el Toro” es inocente… pero García Luna es culpable.
El fallo –inapelable— de la turba fue emitido desde que se difundió la noticia de su detención en Estados Unidos. Puesto que es un antiguo funcionario público, es, ipso facto, corrupto. Y, por tanto, culpable de cuanto se le impute… ¿La presunción de inocencia a que (casi) todo mortal tiene derecho…? Literatura barata, y gracias.
-II-
En México, en Genaro García Luna se cumple puntualmente lo de que “Cayó de la Gloria el Diablo”. Al convertir al ex Presidente Calderón en su enemigo (simbólico) número uno, la actual administración asignó a García Luna el rol de “arquitecto de la ‘Guerra contra el Narcotráfico’”. En Estados Unidos, el mismo aparato judicial que hace un año condenó a cadena perpetua a Joaquín “El Chapo” Guzmán, lo acusó formalmente, entre otras cosas, de conspiración para el narcotráfico. Al aprehendérsele, se recordó que en el juicio contra el “Chapo” se difundieron testimonios (el de Jesús, hermano de Ismael “El Mayo” Zambada, concretamente), según los cuales García Luna había recibido, varias veces, sumas millonarias, en dólares, de narcotraficantes, al efecto de darles facilidades u otorgarles protección para realizar sus actividades delictivas.
García Luna, en su momento, calificó de “mentira, difamación y perjurio” tales versiones.
-III-
En lo que del incipiente juicio en Nueva York pone los puntos sobre las íes, la condena de la citada “vox populi” (comprobable en las redes sociales), obedece a que desde la irrupción del narcotráfico como pujante ramo de industria, en México empezaron a circular versiones de que un fenómeno de esa naturaleza y esas dimensiones sólo podía explicarse mediante la complicidad –por encubrimiento— de las autoridades, la connivencia con otras actividades económicas que propiciaban el lavado de dinero, y el contubernio, incluso, con la Iglesia (una señal característica de la generalidad de los narcotraficantes es, paradójicamente, su religiosidad), mediante las llamadas “narcolimosnas”, sobre las cuales algún dignatario eclesiástico incurrió en la torpeza de declarar que “al destinarse a causas santas, quedaban, ipso facto, santificadas”.
De probarse su culpabilidad, es de suponerse que García Luna pague con cárcel sus delitos. Muchos otros participantes en fechorías y transgresiones similares a las que motivaron su aprehensión y proceso, en cambio, celebrarán que el peso de la ley ordinariamente no cae sobre las cabezas de los más perversos… sino de los más tarugos.