* Eutanasia
La decisión de dar por terminado el Torneo de Clausura 2020, con el consenso de los dueños de todos los equipos, era previsible. Era, valga la analogía, tan razonable como aplicar la eutanasia (por definición, “acción de procurar la muerte a un enfermo incurable, para evitarle sufrimiento físico”) a la mascota cuya calidad de vida se ha deteriorado ostensiblemente, y ha sido desahuciada por el veterinario…
Era, pues, una decisión lamentable, sí; dolorosa, también…, pero inevitable.
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El suceso no tiene precedentes, ciertamente. Las circunstancias que lo determinaron, tampoco… Las guerras mundiales y otras epidemias costaron muchas vidas, y alteraron muchas más. A la presente generación le tocó vivir esta experiencia. Si se toman las medidas pertinentes, la crisis –sanitaria y económica— causada por la pandemia del coronavirus será superada, aun pagando un alto precio en muertes, en sufrimiento y en quebrantos…, pero llegará el día en que toda la aflicción actual se recordará como una especie de pesadilla colectiva de millones de personas; como mera anécdota, al fin de cuentas.
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De las propuestas alternativas que comenzaron a barajarse desde que, a mediados de marzo, se decidió suspender el campeonato, ninguna prosperó: ni la de reanudar la competencia con partidos a puerta cerrada –sin aficionados en las tribunas, pues—, en una o varias sedes, con los planteles de todos los equipos concentrados (acuartelados, más exactamente) en unos cuantos hoteles; ni la de jugar como buenamente se pudiera, con dobles jornadas para recuperar el tiempo que se perdiera desde la suspensión hasta la eventual reanudación de la actividad…
Y ninguna prosperó, por dos razones parecidamente poderosas: que no había ninguna garantía de que no hubiera que dar marcha atrás a la actividad si llegaran a presentarse nuevos contagios; y que, aunque la mayoría de los partidos pudieran transmitirse –como de hecho sucede desde hace varios años— por televisión, sin la presencia de aficionados en las gradas, el futbol se desnaturaliza. Rotunda y categóricamente.
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Si, como se desea, para julio es factible que el balón vuelva a rodar en todas las canchas del mundo –quizá con aforos restringidos en los estadios—, queda mes y medio para reparar los estropicios generados por la presente contingencia, prepararse para la “nueva normalidad”… y cerrar lo que, en último análisis, ha sido un paréntesis –un tropiezo, en el peor de los casos— en la vida que nos tocó compartir.