* Escarnio
No fue, como a veces sucede, que críticos y aficionados vieran un partido, y el técnico del equipo derrotado hablara como si hubiese visto otro…
Esta vez hubo consenso: las apreciaciones de los observadores coincidieron con las declaraciones de Luis Fernando Tena tras la derrota del Guadalajara ante el Cruz Azul, el sábado: la victoria de los “Cementeros” resultó inobjetable porque sus jugadores (Rodríguez y Aldrete, particularmente) fueron certeros, mientras que los rojiblancos (Antuna y Molina, sobre todo), en las claras oportunidades que tuvieron para cambiar la historia, fueron —para decirlo amablemente— chambones. Y aunque la premisa de que “goles son amores y no buenas razones” es indiscutible, el repaso de la película del partido lleva de la mano a la conclusión de que el Guadalajara merecía más.
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Si hubiera la certeza de que cualquiera de los entrenadores cuyos nombres se han mencionado insistentemente desde hace varios días como posibles reemplazos de Tena trajera en la maleta un muestrario de los amuletos más poderosos —herraduras, tréboles de cuatro hojas, patas de conejo…— de que se tiene conocimiento, de manera que su contratación garantizara resultados inmediatos, los dirigentes del Guadalajara serían unos necios si no lo pusieran, a la voz de ya, costara lo que costara, al frente del equipo…
(Aunque, claro, aún quedarían dos dudas: una, por qué estaban desempleados; y dos, por qué rayos, si tan eficaces eran sus fetiches, salieron de los equipos por los que han pasado anteriormente).
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Ahora bien: considerando que las perspectivas de éxito de un equipo dependen, entre otros factores, de la estatura del adversario, cabe decir, anteponiendo la objetividad al sentimiento, que el Guadalajara jugaba un partido en que, puestos en la balanza nombres e historiales, las fuerzas estaban niveladas; que lo mismo podía ganarse que perderse, pues, y que —volvemos a crónicas y comentarios del partido— se perdió como hubiera podido ganarse…
El Atlas, en cambio, jugaba ante el América, en el Estadio Azteca, un partido que ciertamente no estaba perdido de antemano, pero del que cabía decir que si diez veces tuviera que jugarse, posiblemente siete veces lo ganaría el América. De donde se desprende que no hay motivos para desgarrarse las vestiduras… ni para condenar a Luis Fernando Tena, en un caso, y a Rafa Puente del Río, en el otro, a la picota del desempleo y al escarnio de la maledicencia pública.