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* Escarmiento

Las anécdotas de la jornada tuvieron como protagonistas al portugués Stephen Eustaquio, del Cruz Azul, porque una severa lesión en una rodilla estropeó su debut; a José Juan Macías, porque colaboró con dos timbrazos a la goleada conseguida en Querétaro por el León que recogió lo que José Saturnino Cardozo decidió desechar -al menos de momento- para las “Chivas”… y al tlacuache que, como otras veces ha sucedido con gatos, perros o palomas, robó cámara en el partido entre Veracruz y Puebla.

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En la parte seria de la historia, Fernando Guerrero dio la nota. El silbante a cargo del partido entre Monterrey y América es un árbitro serio, competente; no perfecto, como ninguno de sus colegas, pero ordinariamente acertado en sus decisiones… Esta vez, para su desgracia, las repeticiones de varios de los lances más importantes del encuentro, evidenciaron una sucesión extraordinaria de desatinos escandalosos (expulsiones, penalties…), subrayados porque, por abstenerse de buscar apoyo en el traído y llevado VAR, emitió fallos infundados, incomprensibles y, por lo tanto, injustos.

Cabe suponer que sus yerros tendrán subrayados adicionales: el de la Comisión Disciplinaria, si ésta atiende las apelaciones y deja sin castigos adicionales las injustas expulsiones de Avilés Hurtado, del Monterrey, y Jorge Sánchez, del América; y los de la Comisión de Arbitraje, si ésta “congela” al silbante durante algunas jornadas, para escarmiento suyo y de sus colegas.

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El VAR, en efecto, ha despejado dudas y evitado injusticias derivadas de los errores, de apreciación principalmente (el “gol” de Triverio, del Toluca, ante el Guadalajara, en la tercera fecha del certamen, por ejemplo), punto menos que inevitables cuando no se contaba con el auxilio de implementos tecnológicos tan ordinarios y accesibles hoy en día como son las cámaras de televisión.

Cabe suponer, asimismo, que pifias tan escandalosas como las de Guerrero y actitudes dubitativas de otros silbantes cuando reciben mensajes de los encargados del VAR, servirán para afinar los protocolos pertinentes, al efecto, primero, de que el árbitro se cerciore de haber acertado en una decisión trascendental -un gol concedido o invalidado, una expulsión decretada u omitida…-; segundo, para subsanar un posible error que puede alterar gravemente la marcha o el resultado del partido; y tercero, para salvaguardar su papel como autoridad suprema en lo que atañe a los incidentes de un partido, con las menores dudas posibles al respecto para jugadores y aficionados.
 

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