Ideas

-Dos crímenes

Entre los “Dos Crímenes” de la literatura y los dos crímenes ocurridos la semana pasada en pleno centro de Cuernavaca, hay varias semejanzas notorias; no en balde se dice que la realidad, con demasiada frecuencia, se empecina en copiar a la ficción…

Ni en los “Dos Crímenes” de la novela de Jorge Ibargüengoitia ni en los que hace unos días fueron noticia, lo sobresaliente estriba en la cifra ni en la notoriedad de las víctimas. Dos muertos, en cualquiera de las grandes ciudades mexicanas, no pintan. Y si se trata, como fue el caso, de sendos líderes gremiales de comerciantes informales, conocidos en su ámbito profesional y desconocidos en otros ambientes, y que han hecho de la confrontación el pan suyo de cada día, menos.

-II-

El suceso rompió los moldes de la cotidianidad, primero, porque ocurrió a plena luz del día y en pleno centro de la ciudad; segundo, porque se trató, ostensiblemente, de un ataque directo y deliberado; tercero, porque se supo, a poco de ser detenido el asesino -un sicario; un matarife a sueldo, que probablemente tenga otros crímenes en su historial (aunque no en su conciencia: después de todo, es su manera de ganarse la vida: quitándosela, por encargo, a otros)-, que le pagaron cinco mil pesos por su fechoría; y cuarto, porque la pistola que utilizó fue el arma de cargo de un policía, de quien se ignora si la perdió, la vendió o se la robaron… o si él mismo, por elementales cuestiones de conveniencia, decidió dejar de ser policía y convertirse en delincuente.

-III-

Muchos elementos del episodio han sido, pues, motivo de escándalo.

Lo medular del asunto, cuatro días después de ocurridos los hechos, sigue siendo un enigma. De entrada, quién pagó al esbirro los famosos cinco mil pesos en que se cotizaron sus servicios profesionales: presumiblemente, un líder de alguno de los sindicatos antagónicos, aunque quizás esa incógnita prevalezca por los siglos de los siglos…

El autor material de los crímenes recibirá, casi seguramente, la sanción prevista por las leyes; tendrá tiempo, pues, para pensar si estaba en lo cierto o no quien aseguró que “el delito no paga”. El autor intelectual, en cambio, seguirá haciendo su vida ordinaria, como hasta ahora, amparado por las estadísticas que consignan que en este bendito país -lo mismo cuando los gobernantes eran corruptos como ahora que se precian de ser virtuosos- nueve de cada diez crímenes quedan impunes.

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