* “De limosna”
No hay motivos para enmarcar la victoria mexicana sobre la Selección B de los Países Bajos entre signos de admiración. Tampoco los hay para demeritar al adversario. A nada conduce subrayar que Frank De Boer, en sus declaraciones previas, diera la sensación de ver el encuentro más como una monserga que como un examen que debía enfrentar con aplicación máxima y resolver con seriedad... No es el caso, pues, de menospreciar el resultado.
Cabría el recurso de poner el acento en las circunstancias que propiciaron el marcador. La falta de Aké sobre Jiménez, sancionada como penalti, fue de las que ordinariamente se califican como “faltitas”: un contacto brazo a brazo, como los que hay muchos en el área en todos los partidos, y que casi nunca sancionan los silbantes ni reclaman los propios agraviados...
Para efectos del anecdotario, pues, se diría —recordando el antecedente del penalti decisivo en el México-Holanda en el Mundial de Brasil-2014— que “no fue penal”.
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No faltará quien, puesto a buscar el lado negativo de la historia, sostenga que “México ganó... con un penalti de limosna”.
En todo caso, lo criticable —más que “lo negativo”— del episodio de ayer en Ámsterdam, fue la incapacidad del seleccionado mexicano para traducir al marcador la superioridad que mostró, en todos aspectos, durante la mayor parte del encuentro, y especialmente en la etapa inicial.
Consecuencia lógica de la hegemonía ejercida en todos los departamentos sobre un rival que dio la sensación de ser un equipillo de cuarta categoría y de ninguna manera digno representante de una de las potencias del futbol europeo en el último medio siglo, fueron las cuatro nítidas oportunidades que tuvieron los mexicanos para inclinar la balanza a su favor, con absoluta claridad, desde las primeras escaramuzas.
Jiménez en dos ocasiones, “Tecatito” Corona en otras dos, y Guardado en una más, tuvieron —servidas “en bandeja de plata”, como decían los clásicos— oportunidades de resolver el encuentro, incluso con cifras escandalosas. Y aunque seguramente los ecos del resultado serán insignificantes en Europa —por la intrascendencia intrínseca del encuentro y por las circunstancias impuestas por la contingencia sanitaria que afecta a todo el planeta—, es incuestionable que sus repercusiones hubieran sido muy diferentes si México, como pudo haberlo hecho, resuelve el encuentro con cifras de 4-0 ó 4-1 que, analizadas objetivamente las cosas, hubieran estado más en consonancia, ciertamente, con el trámite del partido.