Ideas

- ¿Y los partidos…?

Puntualicemos: el gran vencedor en las elecciones del domingo fue Andrés Manuel López Obrador; no MORENA. Los grandes derrotados, en cambio, no fueron Ricardo Anaya y José Antonio Meade; fueron el PAN y el PRI. En otras palabras: ganó el candidato que acertó a articular un discurso que llegó a la mayoría (el 53%, para ser exactos) de los electores; perdieron los partidos tradicionales. El hartazgo del sistema, detectado por la generalidad de los analistas como la motivación principal de la intención del voto que el día de la elección se retrató en las urnas, encontró su blanco perfecto en los partidos.

-II-

En el recuento de daños del tsunami electoral del domingo, PAN y PRI fueron los principales damnificados. Ambos llegaron a las campañas debilitados por la escasa credibilidad y la falta de carisma de sus candidatos. Meade fue presentado a los potenciales electores como la oveja blanca -por la limpieza de su trayectoria como funcionario público- seleccionada de un rebaño de ovejas negras. Anaya, más allá de los señalamientos que “facciosamente” -según sus propias palabras- montó el sistema para debilitarlo, alcanzó la candidatura abusando de su poder como presidente y suscribiendo alianzas que traicionaban los más radicales principios del panismo. Los electores rechazaron masivamente las fórmulas que ambos encarnaban y que han demostrado su ineficacia: el PRI en las siete décadas de “dictadura perfecta” más la oportunidad que tuvo de demostrar que era un “nuevo PRI”; el PAN en los dos sexenios en que los ciudadanos optaron por “la alternancia” y permitieron gobernar a quienes habían sido históricamente los más furibundos opositores del Gobierno.

-III-

Alberto Aziz Nassif, investigador del CIESAS, definió la partidocracia como “el encierro de una clase política que ha sido incapaz de construir acuerdos para consolidar la democracia y para fortalecer el desarrollo del país; (…) un conjunto de actores políticos obsesionados (…) por quedarse con la Presidencia, sin importar los medios para conseguirlo; actores que paralizaron cualquier posibilidad reformadora; partidos que tienen mucho dinero público, así que no necesitan ciudadanos, ni hacer política”.

Es probable que la mayoría de los ciudadanos tengan algo -o mucho- que reprocharles al PAN y al PRI. Es menos probable, en cambio, que todos deseen su muerte… Quizá prefieran que ambos se levanten, se reconviertan y retomen sus banderas ideológicas, en el entendido de que deben ser sus principios de doctrina y no la ambición o los intereses individuales y de grupo sus valores supremos.

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