- “Verbocracia”
Quizá no todos los gobernantes estén afectados por “el síndrome del mesianismo”. Es probable que muchos tengan conciencia de la importancia de su misión... pero también de la modestia de su figura. Otros, en cambio, proyectan la convicción de haber recibido del destino la encomienda de ser salvadores de la patria, de estar “haciendo historia” y labrando el pedestal de su propia estatua con sus acciones y sus palabras; sobre todo -valga subrayarlo- con sus palabras...
-II-
Es, posiblemente, el caso del Presidente López Obrador. A semejanza de su homólogo Luis Echeverría (noticia reciente por haber llegado al siglo de vida), López Obrador ha hecho de la verborrea (por definición, “palabrería excesiva”), según Luis Estrada Straffon, director general de la empresa SPIN-TCP, su “estilo personal de gobernar”.
Don Daniel Cosío Villegas, conspicuo politólogo mexicano, en “El Sistema Político Mexicano” (Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1972), ponderó tanto las dotes oratorias de gobernantes como Charles de Gaulle o Fidel Castro, cuanto la moderación verbal de Benito Juárez o Lázaro Cárdenas. De éste escribió que “su fuerza no residía en la especulación mental, y menos en expresarla floridamente (...); era hombre de resoluciones, un ejecutor y un ejecutivo”. Su contrafigura sería -hasta entonces- Luis Echeverría, por “el valor extraordinario que le da a la palabra como instrumento de gobierno”.
De López Obrador, Estrada Straffon señala (EL INFORMADOR, II-3-22) que “Nunca nadie ha hecho ruedas de prensa diarias, y ningún político le ha copiado” (...). Las 'mañaneras' (sus cotidianas seudo conferencias de prensa) son ante todo un modelo peculiar de gobernar”.
-III-
Es probable que lo que Cosío Villegas dijo de Echeverría aplique, mutatis mutandis, a López Obrador: “Se trata de un gobernante nuevo, que quiere conducirse de un modo distinto y mejor; que sus intenciones son excelentes y que al servicio de ellas despliega una actividad y un celo verdaderamente ejemplares”. Pero quizá también tengan en común que “la abundancia excesiva de sermones y la variedad y heterogeneidad de los temas desarrollados en ellos (...), al público le ha faltado tiempo, no ya para gustarlos sino para deglutirlos siquiera”, y que “la credibilidad del mexicano (en sus gobernantes) reposa en el equilibrio entre la palabra y la acción, y desde ese punto de vista ha resultado imposible en el gobierno de Echeverría alcanzar siquiera de lejos ese equilibrio”.
Colofón: “Un cambio -metamorfosis, transformación o como quiera denominarse- no se da con solo reiterar hasta la saciedad la buena intención de producirlo”.
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