- Surco chueco
Desde que, en un encuentro de intelectuales convocado por Octavio Paz, en septiembre de 1990, definió a los regímenes que se sucedieron en el Gobierno mexicano durante siete décadas como “La Dictadura Perfecta”, Mario Vargas Llosa ha tenido, en México al menos, el rango de oráculo: “persona a quien todos escuchan con respeto y veneración por su gran autoridad, sabiduría o intuición”.
Sin embargo, por algo dicen que “no es lo mismo ‘Los Tres Mosqueteros’ que ‘Veinte Años Después’”...
-II-
Ahora que participó, el pasado fin de semana, en varios eventos de la Bienal de Novela que lleva su nombre, el Premio Nobel de Literatura 2010 tuvo un desliz, impropio de la prosapia que con su pluma se ha ganado y de la estatura intelectual que le reconocen tanto quienes lo admiran como novelista como quienes lo respetan como ensayista.
Vargas Llosa se ganó, casi seguramente, el aplauso generalizado, al aseverar, en una rueda de prensa, que “un presidente que se exhibe todas las mañanas comentando los artículos que lee en la prensa y muchas veces censurando o atacando a los periodistas (...), transgrede esa función”. O cuando expresó que “A estas alturas, pedirle a España que pague los costos de lo que fue la Conquista de México, es algo completamente disparatado: no tiene pies ni cabeza”. O cuando lamentó que “ningún país de América Latina, incluido México, haya asumido la responsabilidad de darles a los indios el estatus social y económico que deberían tener”. Y, ¡por supuesto!, al declarar “que un presidente, en los 200 años de la Independencia, invite a un presidente cubano a que venga a pronunciar un discurso (...), es una cosa (...) francamente de mal gusto”.
-III-
A cambio de esas y algunas más, sensatas, plausibles, la mosca en la leche -valga la grosera analogía- serían ocho palabras de su declaración, en una entrevista para la televisión: “López Obrador se quiere reelegir, sin ninguna duda”.
Si hubiera hecho la salvedad de que se trataba de una apreciación personal, vaya y pase. Si hubiera revelado que el propio López Obrador, en un coloquio personal, se lo había comunicado, ni hablar...
Decirlo, en cambio, sin el menor argumento que lo respaldara, fue una pifia que, sin embargo, como al buey de la fábula de Iriarte, le da derecho a replicar a la cigarra que le reprochaba un surco que le quedó chueco: “Si no estuviera lo demás derecho, usted no conociera lo torcido”.
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