- Salomónico
De los encuentros verbales entre el Presidente López Obrador y el ex candidato presidencial Ricardo Anaya, hubo uno que mereció comentarios elogiosos de las dos esquinas, por la ironía (por definición, “burla fina y disimulada”; señal de aguda inteligencia, pues) de ambas partes. Fue el intercambio de mensajes tras las recientes elecciones intermedias. El de López Obrador: “Hasta le voy a pedir permiso a Ricardo Anaya para tomarme una caguama Pacífico”, para celebrar los triunfos de los candidatos de Morena (el partido del Presidente) en los estados del noroeste. El de Anaya: “Yo me estoy tomando una Victoria aquí en el poniente de la CDMX y posiblemente me tome otra en Querétaro”, por los correspondientes triunfos de la oposición. La rúbrica de Anaya también tuvo al sarcasmo como sello: “¡Salud, Presidente; todo con moderación; ahí nos estamos viendo en el 2024!”.
-II-
Hasta ahí, todo en orden. Aunque se trataba de una confrontación verbal; aunque los mensajes llevaban una cierta dosis de veneno -la suficiente para causar cierto escozor, pero de ninguna manera para matar a nadie-, era una pugna civilizada. Se guardaron las formas. Se respetaron las personas. No hubo ofensas ni agravios. Hubo raspones en los respectivos orgullos, pero nadie salió herido de gravedad. Hubo carcajadas triunfalistas en los dos frentes, seguramente... En suma, todo se desarrolló conforme a las pautas de la mexicanísima “carrilla”.
Lo ocurrido en los últimos días, en cambio, corresponde a las “guerras de lodo” que, por desgracia, caracterizan -para mal- a la política y a los políticos mexicanos. Un asunto de carácter judicial, originado en las declaraciones del ex director de Pemex, Emilio Lozoya, en el sentido de que Anaya habría recibido, en su carácter de diputado, siete millones de pesos de la empresa Odebrecht para impulsar la reforma energética del entonces Presidente Peña Nieto -lo que implicaría la posible comisión de delitos de cohecho y operaciones con recursos de procedencia ilícita-, ha degenerado en un rifirrafe verbal de baja estofa: de un lado, la aseveración de que López Obrador lo quiere “fregar a la mala”; del otro, el calificativo de “marrullero”...
-III-
El episodio remite al intercambio de insultos entre el pasajero de un autobús urbano, molesto porque el conductor no le dio la parada donde la solicitó, y el chofer por los gritos e improperios de aquél. Las mentadas de madre iban de un lado a otro como pelotas en un juego de pin-pon, hasta que otro pasajero, en plan salomónico, tomó la palabra:
-¡Ya, pues...! ¡No se peleen entre hermanos...!
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