Ideas

- Saliva endulzada

Tiempos son estos, en teoría, de reflexión; de análisis, por parte de cada uno de los millones de ciudadanos dispuestos a participar en la jornada electoral del próximo domingo, sobre la pertinencia de las propuestas y el crédito a la palabra de los candidatos; de ponderación acerca de la capacidad probada en el desempeño de cargos públicos -alcaldes, regidores, diputados...- por parte de quienes ya se han sometido a la prueba del ácido, para saber, por sus propios antecedentes, “si como roncan, duermen”…

-II-

En la práctica -la reiteración es inevitable-, los ciudadanos preocupados por llegar a las urnas con una idea clara acerca de la orientación que debe tener su voto para merecer el calificativo de responsable, han tenido que navegar en el consabido, nauseabundo mar de saliva endulzada a que se reducen las campañas: o son las frases diseñadas por publicistas profesionales, que cuando no compiten por su vaciedad lo hacen por su necedad, o son las igualmente consabidas y nauseabundas promesas, confeccionadas siempre al gusto y a la medida de los deseos de sus auditorios: apoyos económicos a las personas interesadas en emprender un negocio; mejores servicios públicos para toda la población; mejores salarios, mejor preparación física y táctica y mejor equipamiento de los policías, para incrementar la seguridad (...o, mejor dicho, disminuir la sistemática percepción de inseguridad) ciudadana; acciones orientadas a atender eficazmente las quejas de la población afectada por delitos patrimoniales o por los que van en detrimento de la libertad o aun la vida de las personas; más inversiones de fondos públicos para el deporte y la cultura -abstracciones químicamente puras ambas-, a partir de la hipótesis de que fomentar actividades de esa índole propicia mejores actitudes individuales y, en consecuencia, mejores relaciones sociales…

-III-

Todo eso mientras el misil verbal del día en “la mañanera” de ayer, invitó a  buscar el texto que motivó una airada perorata contra The Economist, “los conservadores” y “el sabiondo (Gabriel) Zaid” (epíteto dedicado al escritor mexicano) que lo provocó: un repaso, en la edición dominical de “Reforma”, de la tormentosa historia de la democracia -desde Solón, siete siglos antes de Cristo, hasta las elecciones en puerta-, que desaconseja el abstencionismo porque “daría vía libre al pésimo gobierno actual”, y propone el “voto de castigo” (contra todos los candidatos del actual partido gobernante), orientado a “que el oficialismo pierda el control del legislativo, aunque siga teniendo el mayor número de legisladores”.

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