Ideas

- “Repoblar Guadalajara” (y II)

Lo dicho: repoblar Guadalajara -el Centro Histórico y los barrios tradicionales, principalmente-, como pretende la autoridad municipal  mediante el programa “Rehabilitar la Ciudad”, es deseable y es posible.

La duda -“the question”, diría Hamlet- es si, además, es factible.

-II-

Es deseable, porque es doloroso constatar que los más ancianos de la comarca concuerdan en que, como decía Jorge Manrique en las Coplas a la Muerte de su Padre, en Guadalajara “Cualquiera tiempo pasado fue mejor”; que las generaciones anteriores disfrutaron de una ciudad más amable, más segura, mejor comunicada; más “vivible” -valga el neologismo-, en una palabra. Es deseable, porque seguramente muchos de los habitantes de las colonias periféricas, de los suburbios clasemedieros o populares -por no hablar de las “cartolandias” precaristas que pululan actualmente- que rodean a la mancha urbana, preferirían habitar una casa o un departamento céntrico, digno, decoroso, si los hubiera… y si fueran accesibles para ellos.

Y es posible, porque muchas ciudades del mundo -del Primer Mundo- ya lo han logrado, o están en vías de hacerlo: después de que el comercio los expulsó de las zonas céntricas, se han generado las condiciones para revertir el fenómeno.

-III-

Falta, sin embargo, lo principal: que el proyecto sea factible.

Si la vivienda de carácter habitacional -perdón por el pleonasmo- es escasa, porque el comercio la ha desplazado, y cara para las familias de clase media o media baja, sería menester, por una parte, remover los mamotretos legales que impiden demoler y reconstruir, en condiciones de habitabilidad, los centenares de construcciones actualmente abandonadas por inhabitables, por obra y (des)gracia de una ley que al conferirles “valor patrimonial” o “histórico” sólo por ser viejas, las vuelve intocables. Y sería menester, por la otra, invertir ingentes cantidades de dinero público para renovar los sistemas de agua y drenaje -las “fugas” en las antiguas colonias de Guadalajara exceden con mucho los límites razonables-, mejorar la seguridad, las vialidades y el equipamiento urbano, reordenar las rutas del transporte público, etc.

Lo primero requiere voluntad política: disposición para modificar leyes irracionales, insostenibles, aunque ello implique enfrentar resistencias. Lo segundo, además de un proyecto urbanístico que vaya más allá de los planteamientos teóricos, requiere recursos económicos y disposición de invertirlos en hacer factible lo que por ahora se limita a ser deseable.

Dolorosa conclusión: la experiencia invita a temer que el buen deseo de “rehabilitar la ciudad”... es demasiado bello para ser cierto.

Síguenos en

Temas

Sigue navegando