- ¡Qué tiempos…!
Por lo visto, la última palabra en el debate entre los tradicionalistas y los defensores a ultranza de los animales acerca de las “calandrias”, con la participación de “el supremo Gobierno, que no se equivoca nunca” —Pito Pérez dixit— en calidad de árbitro, ya quedó dicha: los tradicionales carruajes tirados por caballos se suman a la lista de los emblemas de Guadalajara que, so pretexto del pretendido progreso y en aras de la modernidad, dejan de serlo.
-II-
De poco sirvieron las consideraciones de los partidarios de que la otrora orgullosa “Perla de Occidente” conservara sus “calandrias”, como Roma conserva sus “boticellas”, Sevilla sus calesas, y Viena, Nueva York y Mérida, entre muchas otras ciudades, vehículos similares que son parte de su fisonomía y parte de su atractivo. Igualmente inútiles fueron tanto las gestiones legales o los recursos interpuestos ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos, como los plantones de los “calanderieros”. La “h.” autoridad se montó en su macho y dio carpetazo al asunto: las “calandrias” tradicionales, literalmente, están en vías de extinción; las pocas que aún andan por ahí, están viviendo horas extra. Sus conductores, los jamelgos y ellas mismas podrán decir, parafraseando el evangelio: “Un poco más y me veréis; un poco más… y ya no me veréis”. Las fotografías que se les puedan tomar en las pocas semanas que les quedan de vida, serán, en unos meses, estampas de colección; piezas de museo…
-III-
Ya dirá el tiempo en qué medida los carruajes motorizados, diseñados a su imagen y semejanza, son aceptados por los visitantes, y en qué medida se integran al paisaje urbano. Queda, por lo pronto, la sospecha de que cuando se vea a un grupo de turistas retratándose frente al Teatro Degollado, montados en uno de esos carromatos híbridos, ellos mismos, suspirando, convendrán en que “no es lo mismo…”. Queda asimismo la sospecha de que la decisión de la “h.” autoridad no necesariamente redundará en beneficio de la salud física y mental de los jamelgos supuestamente liberados de la servidumbre a la que, en nombre de la tradición, estaban sometidos.
En todo caso, si no nos tocó vivir los tiempos de los tranvías de mulitas, sí nos tocaron los de los cigarros sin nicotina, el café sin cafeína, la cerveza sin alcohol y los refrescos y los dulces sin azúcar… Ya estaría de Dios que nos tocaran —¡quién lo hubiera dicho…!— los de las “calandrias” sin caballos.