- Paro camionero
Ayer, de manera abrupta, se salieron del huacal —permítase la expresión— los pollos que se habían mantenido dóciles durante más de 10 años…
-II-
Hasta antes del episodio de ayer, el último “paro camionero” de que se tenga memoria —con bloqueo de calles del Centro de Guadalajara incluido— ocurrió durante el sexenio de Francisco Ramírez Acuña (2001-2006). A despecho del perjuicio que resintieron miles de ciudadanos afectados por la suspensión del servicio, la opinión pública aplaudió la energía con la que el entonces gobernador respondió a las presiones de los camioneros, al retirar, con grúa, varias unidades utilizadas para la manifestación.
Bien. El común denominador de tales manifestaciones, invariablemente, es la demanda de un incremento en las tarifas. Colocada entre la espada y la pared, la autoridad se ha visto obligada a sacarse un as de la manga cada vez, para quedar bien con “el pueblo”. Con Ramírez Acuña se creó una ley orientada a atender a las víctimas del transporte público. Con Aristóteles Sandoval, al revocarse el incremento de tarifa —de seis a siete pesos— que ya se había concedido, a raíz de un trágico accidente en que participó un camión del servicio urbano a inmediaciones de la Prepa 10, se aplicó una serie de medidas orientadas —supuestamente— a mejorar significativamente la calidad del servicio.
-III-
Al margen de que las exigencias de la autoridad a los concesionarios del transporte público poco o nada han contribuido a que el servicio mejore, es incuestionable que los costos de operación del mismo se incrementan día con día. De la experiencia que tienen los automovilistas —el aumento incesante en el precio de combustibles, llantas y refacciones, etc.—, no están exentos los camioneros.
La exigencia de un servicio digno y eficiente, por parte de los usuarios, es válida; tanto como la de los concesionarios porque se les conceda una tarifa que les permita operar con un margen razonable de utilidades. La intentona gubernamental de participar directamente en la prestación del servicio, a través de Sistecozome —empresa paraestatal—, para compartir la experiencia de los concesionarios, fracasó, víctima de la ineficiencia y la corrupción a partes iguales, lo que demostró algo que ya se sabía: que el Gobierno, como empresario, no es malo, sino lo que sigue.
La crisis actual se resolverá como de costumbre: a punta de gritos y manotazos sobre la mesa. Pero el desenlace es previsible: el servicio seguirá siendo calamitoso…
(En efecto: esta película ya la vimos…).