- Miedo (y II)
Como otras veces -en circunstancias más amables-, “una buena y una mala…”.
-II-
La buena: las autoridades sanitarias de Jalisco giraron instrucciones para que enfermeras y enfermeros que laboran en los hospitales del Sector Salud en la Zona Metropolitana de Guadalajara, principalmente, acudan a sus lugares de trabajo y regresen a sus domicilios, con ropa de calle; no con los uniformes que por reglamento deben usar en los nosocomios. La intención de la medida, evitar actitudes discriminatorias (los choferes del transporte público que les niegan el servicio o los pasajeros que rehuyen la inevitable cercanía física con ellos) o agresivas (las personas que les han arrojado agua con cloro, como si se tratara de ahuyentar al diablo echándole agua bendita).
De manera complementaria, las mismas autoridades sanitarias difundieron la información de que el personal que labora en clínicas y sanatorios del Sector Salud -quienes, al fin del cuento, también son personas interesadas en salvaguardar su propia salud y la de sus familiares- se somete a protocolos estrictos para reducir, hasta donde es humanamente posible, el riesgo de enfermarse y de contagiar a sus allegados, en casa, y a otros pacientes en sus fuentes de trabajo.
-III-
…Y la mala: hace un año, cuando el Gobierno de la nunca bien ponderada Cuarta Transformación cacareaba estentóreamente las bondades de las dádivas que por medio de los seudo-programas sociales se repartirían alegremente entre jóvenes y adultos mayores (que, en muchos casos, no las necesitan en absoluto), se aplicó un recorte de dos mil 400 millones de pesos al Presupuesto de la Secretaría de Salud, y se despidió a diez mil médicos, enfermeros y pasantes del IMSS y el ISSSTE. El desabasto de medicamentos y hasta de jabones e implementos de limpieza en clínicas y hospitales generó -¿alguien lo ignora…?; ¿alguien lo ha olvidado…?- protestas y medidas desesperadas de padres de familia a los que dejaron de proporcionarse los fármacos para sus hijos enfermos de cáncer.
Esos recortes permitirían que hubiera recursos para sostener financieramente programas que, salvo prueba en contrario, están más inspirados en propósitos electoreros que en solidaridad, altruismo, justicia distributiva, caridad cristiana u otras virtudes afines.
Al margen del precio que haya que pagar, ahora que las circunstancias han dado un viraje de 180 grados a la normalidad, ¿no son, acaso, tales estrategias políticas -en la peor acepción del vocablo-, indicios de que la corrupción no está tan erradicada como se pregona…?