- Jactancia
Las cifras, escuetas, son espectaculares: en México, en números redondos, hay un cuarto de millón de planteles escolares, en los que un millón y medio de maestros imparten educación a más de 30 millones de alumnos. Eso, según la Unicef, significa que el país ha alcanzado la meta de la educación universal… o casi. Se explica, también, que todos los gobiernos de todos los signos políticos que los han ejercido, antes y después de la cacareada “alternancia”, se precien de destinar a la educación la mayor partida presupuestal de su ejercicio… “como corresponde -suelen subrayar- a un país civilizado”.
-II-
Los números, sin embargo, también denuncian las insuficiencias que el país arrastra en esa materia. Las evaluaciones logradas mediante la Prueba PISA (Programme for International Student Assessment) revelan que los estudiantes mexicanos están por debajo de la mayoría de los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) , en las áreas de ciencias, matemáticas y lectura. El Centro de Estudios Espinoza Yglesias observa, por un lado, que “los mayores rezagos en el aprendizaje se presentan en aquellas comunidades pequeñas y aisladas, en la población con desventajas económicas, comunidades indígenas, y en los alumnos cuyos padres tienen menor nivel de escolaridad”; por el otro, que “el desempeño de los alumnos se incrementa significativamente en las instituciones educativas donde directores y maestros tienen mayor involucramiento en el desarrollo y gestión de la currícula, y en las políticas disciplinarias y evaluativas”.
-III-
La necesidad de que los mentores participen en un proceso permanente, continuado y sistemático de actualización de sus conocimientos y de mejoría en sus destrezas didácticas, ha sido, con justificada razón, una seria preocupación social. La cada vez más notoria y más difundida globalización exige una capacidad cada vez mayor de los estudiantes, y una preparación cada vez mejor de sus mentores. Si el sistema educativo ha exhibido -los pelos pardos de la burra están a la vista- sus insuficiencias, la necesidad de una reforma (por definición “cambio de algo para mejorarlo”) es obvia.
Resultaría incomprensible, así, que los dirigentes de la Sección 22 de la CNTE -la más radical del gremio magisterial- se jactaran, ayer, de haber “perseguido a los diputados”, de “evitar que sesionaran para sacar adelante esa reforma”, y de haber “mandado a la congeladora ese proyecto”… si no hubiera tantas pruebas de que sus verdaderos intereses poco o nada tienen que ver, en efecto, con la educación.