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- Herencia maldita

Menos mal que el Presidente ya declaró, la semana pasada, que en lo sucesivo dejaría de culpar de los males que siguen aquejando a este país (“el cochinero que nos dejaron”, era su expresión más recurrente) a “las administraciones anteriores”, y que en lo sucesivo actuará en función de la premisa de que ahora es él quien gobierna…

Falta ver, conforme transcurra el tiempo, qué avances se hacen en las investigaciones relacionadas, sin ir más lejos, con el ataque de abril pasado a un bar de Minatitlán, con saldo de 13 muertos, entre los cuales un bebé de un año, y el del martes a otro de Coatzacoalcos, con saldo, hasta la tarde de ayer, de 26 muertos y varios heridos. Y falta ver, a continuación, una vez liberados de los gobernantes corruptos e incompetentes que antaño padecía este sufrido país, en qué medida se reducen los índices de violencia e inseguridad que recibió, como herencia maldita, el Gobierno de la “Cuarta Transformación”.

-II-

Hay modalidades y niveles de violencia que, sin justificarse (se supone que el “homo sapiens” dispone de maneras civilizadas para zanjar las diferencias entre sus especímenes), pueden explicarse… hasta cierto punto. Conflictos, rivalidades y animadversiones son, después de todo, parte de la vida.

Un episodio como el del martes en Coatzacoalcos, rebasa, por donde se mire, el ámbito de la lógica. Los autores del ataque al bar “Caballo Blanco”, en la hipótesis de que se tratare de miembros de un cártel delincuencial, podrían tener las peores intenciones con respecto a los “capos” de una banda enemiga, que compita con ellos en el dominio de una zona y en el mercado implícito en la comisión de delitos como tráfico de drogas, secuestros y extorsiones, por citar los más comunes. Que perpetraran un ataque como el que acaba de ser noticia; una masacre en la que haya víctimas inocentes, ajenas por completo a sus rencillas, como seguramente las hubo esta vez o como seguramente las hubo entre los 52 muertos y once heridos del ataque al Casino Royale, de Monterrey, hace ocho años (el 25 de agosto de 2011, para ser exactos), va más allá del odio al enemigo; llega al desprecio, generalizado e indiscriminado, a la vida humana.

-III-

Los autores de crímenes de esa naturaleza no pueden tener móviles que eventualmente expliquen su perversidad o atenúen su culpa… No son asesinos, por tanto. Son monstruos, en toda la extensión de la palabra.

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