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- “Guadalajara sin agua”

Mientras ejercía como periodista, antes de convertirse en uno de los novelistas latinoamericanos más reconocidos en todo el mundo, Gabriel García Márquez vivió dos años en Caracas. En ese tiempo -fines de la década de los cincuentas del siglo pasado-, la ciudad sufrió una devastadora sequía, de la que el colombiano hizo una crónica magistral. En dicha crónica -”Caracas sin agua”, publicada en “El Espectador” de Bogotá-, García Márquez refería, en particular, las penurias, un tanto tragicómicas, de un ingeniero alemán, Samuel Burkart, residente en un penthouse de los suburbios de Caracas. Dichas penurias remiten, salvadas las abismales distancias, a una situación que se ha vuelto cíclica, reiterativa, en la Guadalajara de los últimos años, al punto de que la noticia, hoy, es que el SIAPA anuncia “tandeos” -o como quieran denominarse-, a prolongarse por tiempo indefinido, para los habitantes de 129 colonias de la Zona Metropolitana de la otrora Perla de Occidente.

-II-

Como Samuel Burkart y los demás habitantes de la Caracas de la crónica de García Márquez, los tapatíos no tienen más opción que adaptarse a las malditas circunstancias…

Las fuentes de aprovisionamiento se encuentran en niveles críticos (la Presa de Calderón, particularmente); la época del año más calurosa apenas se inicia; medidas remediales (la Presa del Zapotillo) están suspendidas o ya fueron descartadas (la de Arcediano); las pérdidas en el suministro, por fugas o deficiencias en el mantenimiento de las redes, se estiman en el 40%; las perspectivas de un aprovechamiento razonable de las aguas pluviales son escasas, por falta de recursos para captarlas y de políticas orientadas a inyectarlas a los mantos freáticos para su posterior potabilización e inyección a las redes de distribución.

-III-

Samuel Burkart, en la crónica de referencia, al enterarse de que “la venta de jugos de frutas y gaseosas estaba racionada por orden de las autoridades (y) cada cliente tenía derecho a una cuota límite de una lata de jugo de fruta y una gaseosa por día, hasta nueva orden (…), compró una lata de jugo de naranja y se decidió por una botella de limonada para afeitarse”. Al hacerlo, empero, “descubrió que la limonada corta el jabón y no produce espuma”, por lo que “declaró definitivamente el estado de emergencia y se afeitó con jugo de duraznos”.

Sin llegar a ese extremo, la conclusión, para los tapatíos, es la misma; entender -y aceptar…- que, para bien o para mal, “aquí nos tocó vivir”.

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