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- ¿Consultar lo obvio…?

Quizás en la mascarada que protagonizó hace 12 años, al autoproclamarse “Presidente legítimo”, Andrés Manuel López Obrador incorporó al ritual de su sainete otra fórmula. Farsa al fin, era válido que lo hiciera. Sin embargo, a su edad (65 años recién cumplidos) y con las horas de vuelo que lleva acumuladas como personaje de la vida pública en México, el hoy Presidente electo ya debería saber que, al tomar posesión -esta vez en serio-, protestará formalmente “cumplir y hacer cumplir las leyes” del país que, por mandato del pueblo, empezará a gobernar dentro de 10 días… Si lo sabe, ¿qué caso tiene realizar una consulta -una más- para plantear a los ciudadanos una pregunta cuya respuesta es obvia…?

-II-

La pregunta sería si él, ya como Presidente, “debe de promover que se juzgue para que se haga justicia (…) y se revisen las responsabilidades en delitos de corrupción y otros” a los ex presidentes Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto”.
No se necesita ser jurista; basta un mínimo de sentido común para responder que, ante indicios estimables o señalamientos concretos sobre algún delito que cualquier ciudadano hubiese cometido, lo mismo si desempeñó algún cargo público que si no lo hizo, la autoridad judicial, por mandato de ley, tiene la obligación de investigar y eventualmente perseguir, juzgar, sentenciar y sancionar al delincuente; con una sola salvedad: que el delito no hubiera prescrito.

-III-

Hacer una consulta para cuestionar lo incuestionable, es, por donde se mire, una necedad; un ejercicio ocioso; un desplante pretendidamente democrático, que se queda en el terreno de la demagogia (por definición, “ideología o actuación política que trata de agradar al pueblo con promesas o realizaciones fáciles, ocultándole o no afrontando problemas más importantes”).
Si el pueblo votó por él, fue, entre otros motivos, por su más reiterativo compromiso de campaña: luchar contra la corrupción. La mejor manera de luchar contra la corrupción consiste en exhibir y sancionar a los corruptos.

El argumento de que la venganza no es su fuerte, cojea, primero, porque combatir el delito persiguiendo a los delincuentes no es un acto de venganza, sino de justicia; y cojea, segundo, porque un Presidente (electo) que suele responder a sus críticos más con ironías y cuchufletas (“fifís”, “cajamanes”…) que con argumentos, denota propensión a la intolerancia y tendencia a refugiarse en la violencia verbal que es, a todas luces, una modalidad burda y grosera de la venganza.

Así que…

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