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Una visita, el viernes pasado, al querido padre Rosario Ramírez (“El Padre Chayo”), con el ánimo de saludarlo (o sea “desearle salud”), dejó un lucro feliz e inesperado: un ejemplar de “Agustín Yáñez: coherencia de una vida”, de la pluma -y obsequio, mediante dilectísimos conductos- de su hijo, Miguel Agustín Yáñez. Amén de los rasgos biográficos del que fuera gobernador de Jalisco pero, sobre todo, uno de los mejores escritores jaliscienses de todos los tiempos, el libro cierra con el discurso de Yáñez, en la que quizá fue su última aparición pública en Guadalajara, como padrino de graduación de la Generación 1958-1963 de la Facultad de Derecho de la Universidad de Guadalajara.

-II-

Ese mismo viernes se había publicado, en estas páginas (p. 5-A), la noticia de que los trece empleados del bar de Puerto Vallarta en que exactamente dos meses antes fue asesinado el ex gobernador Jorge Aristóteles Sandoval, y que habían sido detenidos por alterar la escena del crimen, fueron puestos en libertad mediante el pago de una multa de cuatro mil pesos a cada uno. La expectativa social de que un adecuado interrogatorio diera pistas sólidas sobre la identidad del (o los) autor(es) material(es) del crimen, concluyó, pues, con un fiasco rotundo.

El hecho remite a un párrafo de “El Elogio de los Jueces”, de Piero Calamandrei: “Se repite que la prueba testifical es el instrumento típico de la mala fe procesal, y que de testigos desmemoriados, cuando no sobornados, la justicia no puede esperar más que traiciones (…); pero yo me temo que de esa tradicional lamentación contra la falacia de los testimonios puede ser en gran parte responsable la ineptitud o la holgazanería de los encargados de recibirlos (…). Un juez sagaz, resuelto y voluntarioso, que (…) no considere mortificante trabajo de amanuense el tiempo empleado en recoger las pruebas, consigue siempre obtener del testigo, aun del más obtuso y del más reacio, alguna preciosa partícula de verdad”.

Algo que, en el caso, no sucedió: de los trece probables testigos, ninguno vio nada… o ninguno dijo nada.

-III-

El salto al discurso referido de Don Agustín Yáñez es inevitable: “La justicia es la más imperiosa necesidad pública, no solo en México sino en el mundo, pues los agravios que le infiere la incontinencia humana no son reparados en proporción igual, ni con la oportunidad apetecida”. (Palabras pronunciadas el lejano 10 de febrero de 1964… pero como si se hubieran dicho ayer).

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