- “Ciudades perdidas”
Tiempos hubo, Señor Don Simón, en que Guadalajara se preciaba de ser “una ciudad sin arrabales”…
Aunque ya peinan canas -si algo peinan…-, hay testigos de ello. Cuando la abrupta “modernización” de la ciudad, a mediados del siglo pasado, desplazó a los propietarios de las “alacenas” de los portales del Centro a una colonia nueva, más allá de “Las Barranquitas” que fueron, por siglos, el límite de la mancha urbana hacia el norte, esa nueva colonia fue denominada -con dolor de sus moradores, con cierto desdén de los tapatíos, orgullosos de residir en una de las mejores ciudades de México…- “La Ciudad Perdida”.
-II-
Arrabal, por definición, es cualquier barrio ubicado fuera del recinto de la población a la que pertenece. Por extensión, el concepto se aplica a los asentamientos irregulares, precaristas, que surgen y crecen espontáneamente, sin orden ni concierto, en torno a las grandes ciudades. Son zonas en que los servicios públicos -agua, drenaje, electricidad, vialidades, transporte, vigilancia policiaca, escuelas, hospitales, comercios…- son escasos y deficientes. Son “colonias” -como se denomina en México a los barrios- que aportan a sus moradores apenas uno de los satisfactores esenciales de toda vivienda: un techo bajo el cual dormir.
Historias como las que refieren los protagonistas del reportaje de ayer en EL INFORMADOR (“La ZMG supera a la CDMX en tiempo de traslados al trabajo”) demuestran, por una parte, que de poco o nada sirvieron las experiencias acumuladas al paso de los años y las décadas en la Ciudad de México; que ese triste modelo de crecimiento anárquico, desordenado, se siguió al pie de la letra (“dejar hacer, dejar pasar”, dirían los clásicos), con los resultados que saltan a la vista; y confirman, por otra, que de poco o nada han servido, igualmente, las medidas que se han tomado para ampliar vialidades, construir pasos a desnivel e implementar “nuevos modelos de transporte público”.
-III-
“Guadalajara -decía un urbanista- no ha crecido: se ha desparramado”. Muchos de sus habitantes -miles, decenas de miles- tienen que hacer, diariamente, largos recorridos (el promedio en tiempo, según los especialistas, es de 85 minutos de ida y otros tantos de vuelta) de casa al trabajo y viceversa… en detrimento de la convivencia familiar y social con el vecindario.
En las “palomeras” de los “fraccionamientos” periféricos, pletóricos de viviendas abandonadas, vandalizadas, grafiteadas, no se vive: se duerme, y gracias.
Colofón: Las “ciudades perdidas” de Guadalajara ahora la rodean por todas partes.