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- Celibato

Lo contaban como chascarrillo futurista: el Día del Juicio, los más rezagados en la multitud que previsiblemente provocará el evento, no alcanzan a oír lo que se dice adelante; sin embargo, advierten que de repente surge una exclamación de júbilo.

-¿Qué pasó…? ¿Qué dijeron…?

La respuesta a la pregunta llega en unos segundos:

-Acaban de decir que ni el Sexto ni el Noveno Mandamiento van a contar.

-II-

Los mandamientos de referencia prescriben, respectivamente, “No cometerás actos impuros” (antes se enunciaba “No fornicarás”) y “No consentirás pensamientos ni deseos impuros” (antes se decía “No desearás la mujer de tu prójimo”).

Chiste y todo, la referencia a la naturaleza humana es obvia. El atractivo entre los sexos es inherente a la misma. Es instintivo, se diría. Ha sido, en todas las especies y desde el inicio de los tiempos, determinante de la reproducción y, por ende, de la conservación de las especies.

“Es poco probable que se produzca, en el corto plazo, un viraje brusco del timón de la Barca de Pedro (...) pero es factible que se trate de las primeras claras señales de que el cambio está en marcha”

Ha sido también, culturalmente, tema controversial por los criterios prohibicionistas que algunas religiones han sustentado. Y ha sido, en los últimos decenios, motivo para que en el seno de la Iglesia Católica -la mayoritaria en nuestro medio-, a raíz de los escándalos de abusos sexuales por parte de ministros de la misma que se han ventilado ampliamente en ese lapso, se pondere la pertinencia de abolir -o moderar, al menos- la norma del celibato sacerdotal.

-III-

El tema, por ahora, se centra en la posibilidad de establecer regulaciones excepcionales -es decir, sin perjuicio de que la ley, como tal, siga vigente- en las zonas del mundo en que la presencia de sacerdotes se ha reducido de manera notoria; de permitir, en esas zonas, que hombres -aún no se habla de mujeres- “ancianos, preferentemente indígenas, respetados y aceptados por su comunidad”, reciban “la potestad de presidir los oficios y administrar los sacramentos (…), aunque tengan ya una familia constituida y estable”.

En Sudamérica se trata, ya, de una situación apremiante. En Europa no lo es tanto, quizá porque en la misma medida en que decrece el número de sacerdotes, decrece también el de potenciales feligreses: efectos de la secularización de las costumbres, aparentemente incontenible.

Es poco probable que se produzca, en el corto plazo, un viraje brusco del timón de la Barca de Pedro -como metafóricamente se denomina a la Iglesia- en ese sentido… pero es factible que se trate de las primeras claras señales de que el cambio está en marcha.

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