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- “Buenas conciencias”

Sin embargo, tiene su lógica el fenómeno de que, en muchas ciudades de la República -México y Guadalajara, muy particularmente- merezcan espacios en los medios de comunicación las multitudes que se lanzan a la calle, a hacer compras de pánico (y no precisamente de alimentos, como cuando inundaciones o tornados devastan poblaciones enteras y dificultan el aprovisionamiento de productos de primera necesidad), no obstante disposiciones oficiales como el “semáforo rojo” o el “botón de emergencia”, o los insistentes llamados a la disciplina y aun al confinamiento a causa de la pandemia…

El fenómeno no obedece solo a ignorancia o necedad de los ciudadanos o a tibieza de las autoridades, que las inhibe para transformar sus simples recomendaciones en órdenes terminantes, de cumplimiento forzoso para todo mundo. También influye en ello -hay que reconocerlo- la necesidad imperiosa de muchas personas, de salir a la calle todos los días, a buscar el pan para sus hijos.

-II-

El impacto económico de la pandemia es público y notorio: a menor movilidad social, menor actividad económica. Para las 4.2 millones de pequeñas y medianas empresas registradas en México a principios de 2020 y que -de acuerdo con Forbes- aportaban alrededor del 52% del Producto Interno Bruto (PIB) y generaban el 70% del empleo formal en el país, la pandemia ha resultado demoledora. Los cierres y los despidos de personal han sido la constante.

Si, por otra parte, la ocupación informal, en México, se elevaba a 55.1% de la población económicamente activa en agosto -según cifras del Inegi-, y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimaba que habría 6 millones de desempleados en el país para finales de año, bien puede decirse que un porcentaje significativo de la población “vive al día”...

Literalmente. Si no trabaja, no come. Así de simple.

(“El hambre es canija -dijo el clásico…-, y más el que se la aguanta”).

-III-

La necesidad imperiosa de buscar el diario sustento lleva a cientos de miles de personas a desoír las prevenciones sanitarias -el uso del cubrebocas, la sana distancia, el lavado frecuente de manos…-; a desobedecer y aun a desafiar abiertamente a las autoridades; a correr el riesgo de contagiarse de una enfermedad que puede ser mortal, incurriendo en conductas temerarias: desplazarse en el transporte público o interactuar con otras personas sin respetar restricciones o acatar mandamientos, por ejemplo.

Esas conductas, bien vistas, pues, resultan comprensibles… aunque a las “buenas conciencias” puedan parecerles escandalosas.

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