Ideas

- Barbarie

El deporte debería ser un oasis de civilidad en el entorno pletórico de violencia en que nos tocó vivir. Lamentablemente, esa hipótesis no pasa de ser un buen deseo. En un país en que serían deseables expresiones y manifestaciones de unidad, fraternidad y concordia, la autoridad misma parece empecinada en fomentar la enemistad y la discordia. La consecuencia es un caldo de cultivo propicio para incidentes como los del sábado en el Estadio La Corregidora, de Querétaro, en que solo un aspecto merece celebrarse: que -providencialmente... y hasta ahora, al menos- no hubiera víctimas mortales.

-II-

Posiblemente el mensaje de la historiadora Blanca Gutiérrez resuma el episodio: “Barbarie, demencia, salvajismo, crueldad, fiereza, brutalidad, aberración, maldad, monstruosidad, locura...”: ninguna palabra conocida define suficientemente lo acontecido en un estadio en que hombres, mujeres, niños, familias en pleno, buscan un remanso de sano esparcimiento y amable convivencia.

Hará medio siglo, algunos dirigentes de equipos de Primera División tuvieron la inquietud de que los aficionados mexicanos “son muy pasivos”. Decidieron copiar el modelo de las “barras” sudamericanas -argentinas y brasileñas, principalmente-, alentar su integración, apoyarlas económicamente incluso, facilitándoles el acceso a los estadios. Desoyeron las advertencias, basadas en catástrofes como las ocurridas en algunos estadios europeos y sudamericanos, de que estarían inoculando un germen canceroso a un organismo por su propia naturaleza proclive al contagio: por una parte, la pasión -lo contrario a la razón- que el fenómeno deportivo implica; por la otra, el bajo nivel socio-económico (y por ende educativo-cultural) de aficionados que fácilmente se transforman en fanáticos y adoptan conductas irracionales, violentas, antisociales.

-III-

Además de ahondar en las causas, el episodio del sábado debe obligar a las autoridades civiles y deportivas a aplicar correctivos ejemplares tanto a quienes pecaron por acción (los seudoaficionados que agredieron brutalmente a otros, identificables a merced de los abundantes testimonios gráficos de los sucesos) o por omisión (autoridades civiles y dirigentes del Querétaro que no aplicaron los protocolos adecuados para un partido “de alto riesgo”, dados los antecedentes).

Asegurarse de que el mayor número posible de actores de la trifulca sean identificados, procesados y sancionados con las penas máximas previstas por la ley; impedir la presencia de “barras” en estadios diferentes al suyo; identificar a todos los asistentes; vigilar y sancionar su comportamiento; eliminar -o limitar estrictamente- el consumo de bebidas alcohólicas, y eventualmente desafiliar al Club Querétaro, deberían ser las primeras acciones, verdaderamente ejemplares, pertinentes.
Colofón: “A grandes males, grandes remedios”.

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