¿Quién quiere una alemana?
Algunos se sacrifican en nombre de una supuesta exclusividad y otros usan una Nautilus
Los entusiastas podemos ser muy soñadores, priorizamos el manejo con al menos un toque deportivo sobre todas las cosas; incluso, cuando puede ser ilógico, como en una SUV familiar. Por fortuna, Lincoln se mantiene fiel a sus orígenes y para los que disfrutamos también el confort, la Nautilus resulta imbatible. Nuestra espalda y nuestra familia, lo agradecen.
Ya habíamos manejado la Nautilus, pero ahora nos tocó la híbrida y vaya que nos gustó aún más. El diseño es agradable. La línea de leds que cruza el frente la hace verse más delgada y atlética. El techo, con una ligera caída al final, sin las exageraciones de las que buscan ser “un cupé”, también le confiere dinamismo visual. Costados limpios y trasera elegante complementan un diseño más agradable que BMW, menos aburrido que Mercedes-Benz y distinto a Audi. Lincoln es diferente, incluso, en esto. Y se aplaude.
La polémica pantalla de 48 pulgadas, medidas en diagonal, claro, nos resultó útil y hasta agradable. Mejor, por ejemplo, que un Head-Up Display. No es tan configurable como nos hubiera gustado. No podemos, por ejemplo, poner el CarPlay en ella, sólo en la pantalla central. Sí podemos usar el Google Maps, pero no Waze en la pantalla grande. A los que les moleste tanta información, la mitad derecha se puede simplemente apagar. Lo único que, en su interior, nos pareció de gusto dudoso, son las luces que se ven en las puertas, justo arriba de las bocinas del magnífico sistema de sonido. Por fortuna se prenden sólo de vez en cuando.
Como en un spa
Rodar en la Nautilus es como estar en un spa. Los asientos sólo no son más cómodos que la suspensión, capaz de prácticamente aislarnos de las imperfecciones del piso, comprometiendo muy poco la inclinación de la carrocería en las curvas. Aquí es donde la realidad nos llama. Para las carreteras alemanas, la precisión de manejo que ofrece una Cayenne o Macan, se disfruta y resulta más segura para circular por una autobahn a 250 km/h, pero en nuestra realidad de topes, baches y parches, Lincoln se muestra mucho más placentera.
Que no se malinterprete, la Nautilus tiene también su lado juguetón, principalmente la híbrida, con 310 HP y 295 libras-pie de torque. ¿Y la caja CVT? Es difícil darse cuenta de ella, gracia a la excelente insonorización de la cabina, que aísla es grito infinito de esas cajas de cambios sin cambios o, concedamos, de cambios infinitos.
El mundo afuera de la Nautilus es paisaje, que se disfruta sin que incomode mientras escuchamos a George Gershwin o, bueno, a Taylor Swift, como seguramente preferirá la hija adolescente. Nuestra espalda recibirá un delicioso masaje tonificante y nuestro olfato disfrutará de una sesión de aromaterapia.
Al ser híbrida, circulará todos los días en CDMX y con un consumo de 14 km/litro, las visitas a la gasolinera serán mucho menos frecuentes. La versión Black Jet que condujimos cuesta un millón 489 mil 900 pesos, lo que no es exactamente barato, ni nadie está pidiendo que lo sea. Quien puede pagar esto, sabe que lo bueno tiene un precio.
Sí, las alemanas pueden ser más rápidas, más estables y mejor acabadas, pero ninguna es ni remotamente tan cómoda y agradable como la Nautilus. Nuestra espalda y nuestra familia, lo agradecen.
CT