Matías Almeyda, a resurgir como el Ave Fénix
Tocó fondo y abandonó su gran pasión. El técnico decidió regresar, brillar y compartir su historia para que otros no lo repitan
Matías Jesús Almeyda irrumpió en el futbol mexicano en 2015 para convertirse en técnico de Chivas. Desde el primer día al frente del equipo, el objetivo del estratega argentino es el mismo: hacer más grande la historia de Chivas. “Despertar al gigante” ha sido su discurso.
A sus 44 años, Almeyda ha cosechado títulos con el Rebaño. Conquistar dos Copas MX, una Super Copa y una Liga al frente de Chivas se dice fácil, pero tuvieron que pasar 11 años para que alguien pudiera conseguirlo.
“Me desilusioné al ver cómo era usado por la fama de ser futbolista”.
En una vitrina donde hay campeonatos argentinos, un scudetto, una medalla de plata olímpica y títulos en México, también hubo lugar para la depresión.
Y transitar en esa depresión no fue fácil para Matías. Dejó el futbol, cayó en el alcohol, y la autopista hacia la autodestrucción parecía no tener fin.
“El futbol se termina, pero yo terminé el futbol”, afirma el argentino al recordar esa etapa de su vida. “Yo les platico de esto a los jugadores porque en mi carrera he vivido un montón de cosas. Yo me retiré a los 30 años, en plenitud, y me quise ir jugando en el Inter de Milán; entonces todos me decían, ‘Almeyda está loco’, pero a mí no me importaba. Una de las cosas que les digo a los jugadores es ‘el día que no quieran jugar más al futbol váyanse, porque quedarse en un club jugando al futbol sin ganas, es robar’. Pero lejos de ayudar fue peor, comencé a ver otro tipo de vida. Yo tenía 30 años, hacía dos años atrás que había jugado un Mundial, pero mi teléfono dos meses después de mi retiro no me sonó más”.
“No tengo problema en contarlo, a mí realmente me ayudaron para salir de ese lugar incómodo en donde estaba y es un lugar al que no volveré nunca más”.
Almeyda regresa entonces la película de su vida, ya sin el blasón de ser un jugador de futbol. “Digamos que éramos 100 cada vez que yo iba a Azul (Argentina), a mi casa. Hacíamos siempre fiestas en un rancho que tengo, invitaba a todos, me encantaba estar todos juntos, que disfrutaran de un asado, música, todo en familia y cuando me despedía había familiares que hasta me despedían llorando. Cuando yo dejé el futbol, a los seis meses fui a Azul y la fiesta pasó de 100 a tener 30 personas. Eran los que quedaban, los reales, y digo, ¿y los otros?, ¡pero si lloraban!, ¿eran actores o qué? Entonces eso te golpea fuerte, desde ahí viene esa depresión que yo tuve, desilusión, dolor, porque me di cuenta de cómo era usado. Si hay algo que yo trato de hacer es no usar a un jugador de futbol, al contrario, lo defiendo, no me gusta que se use a una persona”.
—¿A qué te llevó la depresión?
—La depresión te lleva a una autodestrucción, y dentro de la autodestrucción pasan un montón de cosas.
—¿El futbol tiene un entorno complicado?
—Es difícil. El 90% de los futbolistas viene de una clase social media o baja, te cuento mi historia. A los 15 años me fui a vivir solo, mi familia era bastante humilde, nuestros recursos económicos eran muy bajos, pero nunca me faltó cariño y afecto por parte de mis padres, mis abuelos, mis primos y mis tíos. A los dos años y medio de salir de casa estaba debutando en la Primera de River Plate, entonces hay un golpe muy grande con respecto a los cambios que se provocan en un jugador de futbol. Uno de los motivos por los que me metí de entrenador de futbol es para ayudar a los jugadores a que siempre mantengan los pies sobre la tierra, pero también demostrarle a la gente que el jugador de futbol es un ser humano; el jugador quiere hacer todo lo que hace un ser humano y muchas veces es criticado por hacerlo y es criticado por todo. Hay que mantener un equilibrio, al ser una persona pública uno pasa a ser esclavo de la fama porque nos encantaría hacer un montón de cosas que hace cualquier ser humano. También entendemos las reglas del juego y lamentablemente vivimos ese tipo de vida, por un lado te da una felicidad enorme y por el otro lado te la quita, la perfección no existe y es lo que hay.
—¿Se pierde la dimensión de las cosas en el futbol profesional?
—Sí, hoy en día hay clubes que se llevan a los chicos de siete u ocho años, se los llevan a la casa club. Yo digo, qué error tan grande, para mí es fundamental que estén los padres en primer plano.
Muchos padres ven a sus hijos como una fábrica de hacer dinero y desde ahí arrancamos mal, porque si mi papá y mamá hacen eso, qué voy a esperar del que se me arrimó una vez que voy a debutar; no que me contemple o me tenga cariño, va a querer sacar todo lo que pueda de esa fama, va a querer ser amigo del campeón, salir en la foto. Hay gente que te lleva por el buen camino y otros que te llevan por el camino oscuro. A mí me ocupa mucho que los jugadores entiendan eso y que vean la realidad, porque vivimos en un mundo bastante irreal.