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El Estadio que se convierte en cantina

Este no es un jaripeo o un palenque, es el Nuevo Estadio Yaquis, inmueble que tras el final del partido ante Charros de Jalisco alberga la fiesta de los aficionados

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El Estadio que se convierte en cantina

Como si se tratara de un poder sobrenatural, el vocalista de la banda tiene la capacidad de organizar a la multitud presente con apenas unas palabras. Son muchos, la mayoría están emocionados y borrachos, pero aun así responden a su llamado.

— ¡En un camión pasajero! —grita el cantante.

—¡De esos que van pa’ Sonora! —responde la muchedumbre con una sincronización envidiable.    

Ya es de madrugada. Es demasiado tarde o quizá muy temprano, es cosa de perspectiva, pero como en estas latitudes el día se acaba hasta que uno se va a la cama, sobra lo que diga el reloj.

También sobra lo que diga el termómetro, pues ni las bajas temperaturas de apenas nueve grados centígrados o la neblina, impiden que el vendedor de cerveza sea más solicitado que la yaquesita que vino a buscar bailador entre la algarabía desbordada.

Aquello no es un jaripeo, una fiesta patronal o un palenque, es el mismísimo Nuevo Estadio Yaquis, inmueble que después de que cae el último out, ya sea a favor o en contra, se convierte en la cantina más grande de toda la ''Vieja Cajeme''.

Por los pasillos desfilan infinidad de vendedores con cubetas repletas de cerveza. Atrás de ellos, como si se tratara de seguir al líder, van los vendedores de burritos y otros alimentos que ayudan ''para que no se les suba tan rápido el alcohol''. No se trata de ''bajar avión'', se trata de no dejarlo que despegue.

Sin embargo, desplazarse en el estadio es toda una odisea para los vendedores, pues por los pasillos no cabe un alfiler. Además nadie está quieto, porque el que no baila, brinca, y entonces es muy posible terminar bañado en cerveza.

Termina una canción y comienza otra. Hay cuatro conjuntos norteños y tres bandas conviviendo en armonía, todo esto en un espacio no mayor a los 50 metros. Es algo así como el Festival 212 de Guadalajara, pero sin lluvia y con música regional mexicana.

Como si se tratara del canto de las sirenas engatusando marineros, el cantante de banda vuelve a la carga. Cambia de ritmo, pero no de estrategia: se trata de iniciar la canción para que los presentes la sigan.

— ¡Estoy queriendo a una rubia!

— ¡Y a una morena también!

El baile sigue y sigue. Hoy ganaron los Yaquis y la fiesta está en grande. No hay lugar para bailar a plenitud, pero aun así hay quien lo hace de caballito. Es casi un milagro.

Después de una hora de fiesta comienzan a llegar los vendedores de flores. Ya con un par de cervezas encima, quizá alguien regale una rosa. Es la estrategia de ventas más infalible en la historia de la humanidad.

El beisbol es un deporte donde la felicidad puede durar apenas un día: hoy ganas y mañana es otra historia. Sin embargo, hoy ganó la tribu y el festejo parece eterno en la que es, en palabras de muchos sonorenses, la cantina más grande de todo Cajeme.

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