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La última faena de “El Autlán”

La historia no le ha hecho justicia al veterano diestro, don Pedro Rosas, que lejos de guardar rencor mantiene vivas sus esperanzas de volver a sentirse torero y vivir de nueva cuenta y quizá por última vez, la embestida de una res brava

La historia no le ha hecho justicia al veterano diestro, Don Pedro Rosas, que lejos de guardar rencor mantiene vivas sus esperanzas de volver a sentirse torero y vivir de nueva cuenta y quizá por última vez, la embestida de una res brava.

Don Pedro Rosas nos citó a las 11 de la mañana en la mítica Plaza “Alberto Balderas” para conocer su testimonio de viva voz y hablar del impostergable retiro en la Escuela Taurina Municipal de Autlán. A nuestra llegada, el hombre (de casi 85 años) nos saluda amablemente, al tiempo que toma sus avíos para después recargarse en un burladero dentro del callejón.

El paso del tiempo es notorio en el veterano diestro. Sin embargo, las grietas en su rostro y las canas sobre la sien, contrastan con la sonrisa de un nobel maletilla. Aquellos jóvenes que con muleta en mano, caminaban la legua en la interminable búsqueda de sus sueños.

Ya instalados en el tendido, “El Autlán”, como es conocido don Pedro en el mundo de la tauromaquia, empieza a desempolvar poco a poco los recuerdos de la creación de la escuela y devela un ligero suspiro al hablar de sus inicios. “Hubo muchas críticas al principio. Hasta tuve que ir a los interiores de los municipios a dejar folletos y aún así no les interesaba… yo aquí inauguré con ocho alumnos”, señala el maestro.

Llega entonces la primera ironía. En La Grana se jactan de tener el mejor Carnaval taurino del continente desde hace más de 190 años. Situación que contrasta con el raquítico apoyo hacia los aspirantes a matadores. A este presente sombrío, “El Autlán” se lo atribuye a las demás actividades que se celebran anualmente en el coso y carecen de un protocolo y solemnidad, como el jaripeo y los conciertos de música regional.

Pero la añoranza recobra fuerza y el octogenario espada parece no centrarse en el retiro de la escuela, sino en la pasión que le habita y el porqué ha decidido como epílogo de su historia el volver a ponerse delante de la cara de un toro medio siglo después. “Yo nací como torero, vivo como torero y moriré como torero”, es su respuesta.

Es obvio que no puede vestirse de luces para una corrida formal y que no está en condiciones de torear a un cuatreño. Es ahí, donde la humildad intrínseca se manifiesta y antes de formularle la pregunta, él mismo responde, “sólo una vaquilla o un becerro. No aspiro a más”, afirma con la convicción de aquel que sabe que hay solo un camino y no conoce atajos.

Alguien ajeno a la fiesta podría cuestionarse el porqué un hombre de edad avanzada desea realizar un acto como éste. El sentido común y la cordura dicen una cosa; la pasión y el corazón le dictan otra. Pero siempre hay algo detrás.

La historia de “El Autlán” no es nueva, tiene pasajes tan intensos como la tauromaquia misma. La afición por el toro le nació desde pequeño por influencia de un tío que era músico de la banda que tocaba en la Plaza Alberto Balderas. Haber visto a Joaquín Rodríguez “El Cagancho” en su tierra le motivó tanto que, decidió buscar una oportunidad como torerillo en la capital del país. Los sinsabores llegarían después.

Su entrada a este mundo elitista no fue la esperada y en más de una ocasión pudo haber abandonado el sueño. En cuestión de días, el joven Pedro se fue de la casa y tuvo que soportar el día y la noche desde las calles, únicamente cobijado por las estrellas y sin más alimento que los deseos de vestirse de luces.

Dicen quienes la han padecido, que en esos momentos la soledad se vuelve más fría y que es cuando más se valora el techo, el pan que se sirve sobre la mesa y hasta el regaño de los padres.

Desde afuera, este oficio parece estar destinado exclusivamente a aquellos que tienen el valor de enfrentarse a un toro bravo. Esa es la premisa misma de la tauromaquia. Al “Autlán” no le bastó con esto, y además de medirse a toros criollos y cebúes en sus inicios, tuvo que lidiar con el toro de la desigualdad.

En más de una ocasión le exigieron vender los boletos del festejo para tener acceso a lidiar y formar parte del cartel. Ya no era sólo prepararse para recibir las embestidas, sino las imposiciones de los timadores venidos a empresarios.

Pese a todo, pudo partir plaza vestido de luces en Hidalgo y a tener tardes exitosas en Puebla, donde recuerda la hermandad que había entre los aspirantes a novilleros. Sin embargo, el sueño duró poco y la falta de un apoderado y la enorme competencia le impidieron seguir de lleno en el oficio de Cúchares y optó por dedicarse al de mesero.

Con más de 60 años y ya radicado en su tierra, “El Autlán” fue invitado en el 2006 a presidir la Escuela Municipal Taurina, en la que demostró sus virtudes como docente y sobre todo, el de tener los conocimientos para orientar a los jóvenes de sortear los obstáculos a los que se enfrentan en este mundo abigarrado y no sólo el miedo al de las patas negras.

En este rubro, a don Pedro tampoco le ha sonreído el destino. Por su academia han pasado grandes discípulos, pero todavía ninguno se ha hecho del cetro que continúa vacante. No hay una figura surgida de este municipio. No hay siquiera un novillero que dé esperanzas de ser un digno representante de la tierra que presume una cultura taurina sin igual. Otra de las alegrías que la vida le ha negado al maestro.

Cabe señalar que por “El Autlán” no ha quedado. A su edad, aún pega 200 pases en el ruedo de la “Alberto Balderas” y camina con celeridad para prolongar los estragos del tiempo. Es difícil encontrar a alguien que sienta el toreo como él y que pueda igualar su disciplina en el día a día. Sentir esa pasión por la fiesta y enseñar con vehemencia los valores del arte. “Son otros tiempos”, menciona con resignación.

Quizá sea eso. No poder contagiar a los más jóvenes esa sensibilidad que se requiere para tomar la muleta y crear la plasticidad en un ruedo. “Ya no es como antes”, dirían los de antaño. No por nada se dice que ser una figura del toreo es un milagro y probablemente en Autlán la fe en estos días ha pasado a un segundo o tercer término. Él lo sabe. Lo vivió. Lo sufrió.

Pero el sueño no termina aquí. Por increíble que parezca y pese al inminente retiro de su vida activa, a don Pedro le resta una última faena. Ya no será como el viejo maestro que imparta la sesión vespertina en el ruedo o con la carrera que siempre realiza por las mañanas. Ya no necesita probarle a nadie de sus sinceras intenciones en favor de una cada vez más olvidada fiesta brava. Es un deseo propio y lleno de añoranza, el de volver a sentirse torero en la plaza que siempre se le negó: la de su propia tierra. Por lo antes mencionado, esta edición 2023 del Carnaval Autlán será el cierre de una historia escrita con los sentimientos más encontrados que uno se pueda imaginar.

En la develación de los carteles y con el presidente municipal en el acto, al “Autlán” le prometieron soltarle una vaquilla en su queridísima “Alberto Balderas” y cerrar con la más pura dignidad su vida taurina. Por el bien de la fiesta y de la memoria colectiva, que esa cita (en su plaza y con su gente) sea apoteósica y que las injusticias a las que ha sido objeto se disuelvan con una salida a hombros.

Él, que espera con ansias ese día, no traicionará su identidad y reconoce que al no haber tomado la alternativa, no se vestirá de oro. Lo hará de manera sencilla y a la usanza de los antiguos maletillas. Porque eso es lo que siempre ha sido: un inquieto que corrió la legua en la eterna búsqueda del toro.

Ante este acto, bien vale la pena retomar las palabras del desaparecido matador madrileño Antonio Chenel, quien alguna vez lidió en Las Ventas pasados los 70 años. Al final de la corrida, el diestro reveló que era precisamente eso lo que mantenía su longevidad. “Torear me da vida”, dijo “Antoñete”.

Que Dios reparta suerte don Pedro. Hasta pronto.

MF

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