Ni el día ni la hora
Tanto en Daniel como en Marcos, se nos presenta la enseñanza de que siempre se debe conservar la esperanza, pues la historia, aunque sólo el Padre sabe el día y la hora, puede y debe ser distinta
Uno de los géneros literarios más contundentes de los escritos bíblicos es, sin duda, el apocalíptico. Contrariamente a la idea catastrófica que en ocasiones suele atribuirse a este tipo de textos, la apocalíptica contiene una dimensión de profunda esperanza en relación con la acción divina en la historia a favor de la libertad, la justicia y la vida. Ese mensaje es el que transmiten las lecturas de este domingo, en especial la del profeta Daniel y la de los versículos del evangelio de san Marcos, de claro tenor apocalíptico.
En el libro de Daniel el autor alude constantemente a la opresión que el pueblo de Israel padeció siglos antes (s. VI A. C.) en el exilio bajo el poder implacable de Babilonia, aunque -como señalan los especialistas- su contexto inmediato sería el del sometimiento de Israel bajo el dominio seléucida, en el siglo II A. C., bajo la autoridad de Antíoco IV Epífanes.
La teología de la historia en Daniel, señalan algunos comentaristas bíblicos, surge de la experiencia de una sociedad que padece mentiras, imposiciones y pretensiones de un poder político totalitario y dominante. A pesar de tal situación, el profeta revela y asegura que el pueblo “se salvará”, que los auténticos “guías sabios”, y no aquellos que se presumen como tales, serán quienes enseñen a muchos la auténtica justicia.
Por su parte, el evangelio marcano asegura con una frase estremecedora que, tras la terrible tribulación, “el universo entero se conmoverá” y el Hijo del hombre, con sus ángeles, congregará a los justos para elevarlos “a lo más alto del cielo”.
Tanto en Daniel como en Marcos, frente a la angustia e impotencia se busca confirmar a la comunidad en su fe, acción y testimonio ante el poder temporal que se extralimita y, en su terrible desmesura y obcecación, se pretende cuasi divino, absoluto, imbatible.
Más allá de lo que un pueblo padeció bajo el dominio babilonio o seléucida, situaciones similares, en mayor o menor medida, se presentan con frecuencia en la historia. De ahí la vigencia del mensaje apocalíptico del profeta y del evangelista. Habrá que conservar la esperanza, pues la historia, aunque sólo el Padre sabe el día y la hora, puede y debe ser distinta.
CT