Pink Floyd: "The Wall", a 43 años de su obra más ambiciosa
"The Wall", de Pink Floyd, fue estrenado el 30 de noviembre de 1979, y nada nunca en la historia de la música sería lo mismo
Para finales de la década de los 70, las promesas del verano del amor se habían marchitado en un abismo de flores pisoteadas. Ya no se hablaba más de amor y paz, de revoluciones, de fúturos prósperos, sino de guerras, de dictaduras, de capitalismos voraces. Nació entonces una soledad nueva, una soledad que nunca se había experimentado, y con este abandono congénito, nació también una nueva sociedad que en vez de conjugar a los que la conformaban, los individualizaba en la desilusión, en la falta de amor, y la imposibilidad de formar vínculos.
Roger Waters tuvo la clarividencia de comprender aquello, de vivirlo en carne propia, y logró trasladarlo a un universo musical que conmocionó al mundo entero en las postrimerías de aquel otoño de 1979. Pink Floyd se encontraba en la cumbre de su éxito, un éxito que no lograban comprenderlo ni ellos mismos. Lejos habían quedado ya las alucinaciones psicodélicas y terrores espaciales, los pasajes musicales de más de veinte minutos, y la larga sombra de Syd Barret, cuyo legado fue más bien un eclipse que no termina. Para Pink Floyd, su primer paso definitivo a la gloria había sido The Dark Side of the Moon, lanzado en 1973, y a partir de entonces serían catapultados en un recorrido vertiginoso por el éxito internacional. Le siguieron Wish You Were Here (1975) y luego Animals (1977), donde los británicos hicieron su primera incursión en el sombrío panorama político y social de su época, en la industrialización sin límites, y las nuevas sociedades marcadas por el capitalismo.
"The Wall": una experiencia de vida
Pink Floyd hacía música más allá de la música. Ya no era simplemente pop, sino un arduo esfuerzo por compilar por medio de la libertad sin límites del sonido, el conjunto de la humanidad misma: la soledad, el desconsuelo, el alineamiento, la locura. Roger Waters dio su paso grande con The Wall, donde sintetizó todas sus inquietudes, sus miedos personales, sus manías y su soledad que no cambiaba ni un poco a pesar de ser alguien admirado por millones, y construyó un muro que lo separaba del mundo. Un muro filosófico y tangible, físico y brumoso; una vida llena de esperanzas y que se encaminó al fracaso, un adolescente cuya experiencia en el amor fue más bien un dolor inmarcesible, y una necesidad terrible de querer y ser querido, pero marcado por la imposibilidad eterna a conseguirlo.
Con The Wall, Roger Waters abordó temas entonces rara vez tratados en la música. El destino, la soledad, las madres terribles, las escuelas dictatoriales, las consecuencias de la guerra, y todo el mecanismo de la sociedad que poco a poco va construyendo un muro en torno a los individuos; un muro que nos priva de la felicidad, del amor, y que nos aisla de la vida misma. Waters aterrizó todas estas ideas en el personaje de "Pink", protagonista del disco y de la adaptación cinematográfica, y el cual a través de su vida va construyendo poco a poco este muro que lo sume en la locura. Al final, como un viento de esperanza, el muro cae, el personaje es libre, hasta que el ciclo comienza de nuevo, pues la última canción finaliza con la misma melodía exacta de la canción que le da apertura al disco: es un ciclo interminable, un círculo sin fin, y los ladrillos del muro comienzan a erigirse de nuevo.
"The Wall", el principio del fin de Pink Floyd
Es cierto que entonces Roger Waters se encontraba en la cúspide de su creatividad, de su ingenio sin límites, pero esto lo llevó a su vez a un liderazgo intransigente que comenzó a crear fracturas dentro de la agrupación. Se envistió a sí mismo del dictador terrible retratado en la película basada en el álbum. "The Wall" es su obra maestra, pero no habría sido lo que conocemos y admiramos de no ser por el resto del corazón de Pink Floyd: David Gilmour, Richard Wright, y Nick Mason. David Gilmour consolidó su sonido irrepetible con guitarras agresivas, violentas, saturadas, pero también consiguió una dulzura inesperada en temas como Mother. Richard Wright, incomprendido, resplandeciente desde sus sombras, fue, como siempre, el poeta indiscutible con sus notas, con sus sintetizadores minuciosos, el dardo certero de sus órganos, y el suspiro de pétalos de sus pianos. Nick Mason, por su parte, alcanzó una perfección de cirujano con su métrica precisa, sus redobles de tambores, sus marchas militares traducidas en redobles de furia.
Pink Floyd creó una experiencia absoluta. En sus conciertos en vivo, mientras tocaban el álbum, entre el público y la banda se iba construyendo el muro canción a canción, en una vivencia teatral. A veces descrito como ópera rock, rock conceptual, The Wall lo es todo y nada a la vez. Esa es su magia, que permite múltiples interpretaciones, que, como la vida misma, nos permite identificarnos en algún momento. Porque lo que Pink Floyd canta lo sentimos todos en algún momento de la existencia, porque son sentimientos universales. The Wall fue la cúspide de Pink Floyd, y el último disco en el que sus integrantes estarían juntos. Persiste el muro que se derrumba, que se construye a sí mismo, como un Sísifo que ha de cargar para siempre la piedra de su destino.
FS