Pema Rinzin explora y difunde el arte del Tíbet
El pintor y crítico nacido en el Tíbet recuerda su azaroso pero enriquecedor camino en el campo del arte
Si bien la república popular de China anexó “pacíficamente” al Tíbet a su territorio, en 1959 fue que se produjo la rebelión que marcaría -al ser derrotada- el fin de aquella nación, aunque no de su cultura; así las cosas, a pesar de que sitios de internet mencionen ese territorio como el lugar donde nació el pintor y crítico Pema Rinzin, lo cierto es que el artista establece que “nací cuando mi madre escapaba de Tíbet, la ruta habitual era cruzar Nepal, pero creo nací en el pequeño reino de Bután; después cruzamos a la India”.
Ahora, India fue un sitio para quien huía de Tíbet, sobre todo después de alojar al Dalai Lama y parte de sus allegados, en 1959; cuenta el pintor que “muchos tibetanos lo pasaron muy mal en los años siguientes, el gobierno de la India facilitó tierras para los que escapaban, a muchos los enviaron al Sur a pasar hambre o, cerca del Norte, los emplearon en labores de construcción de carreteras. Los niños, sin embargo, se enviaban a Dharamsala, a la escuela”.
La formación es trabajo colectivo
Como al Dalai Lama le interesaba sobremanera la educación de los niños y la preservación de la cultura de Tíbet, inaugura la gran escuela TibetanChildren’sVillage (TCV), refiere Rinzin, “con miles de niños; uno de ellos fui yo, ahí fui educado. Muy joven, me interesó estudiar el arte tibetano, porque no había escuelas que lo enseñaran, a pesar de tener artistas de enorme prestigio -Khepa Gonpo, Kalsang Oshoe y Rigdzin Paljor-, algunos daban clases en la Escuela TCV y al completar la primaria entré a estudiar ahí por 4 años”.
Aquella época, anota el artista, le hace recordar el Renacimiento, por la cantidad de maestros de la pintura tibetana reunidos en un espacio para formar a jóvenes generaciones; pero, indica Rinzin, “yo era joven y deseaba ser reconocido como maestro, así que acepté un empleo para dar clases de dibujo para la animación; les enseñaba a hacer caricaturas, no teníamos muchos libros en la biblioteca pero circulaban cómics y, además, revistas, fabricábamos colores (como los impresionistas). Y ahí trabajé por ocho años; en una escuela donde todo se hace a mano y en conjunto (alumnos y maestros), con apoyo de grupo para quien menos recursos tiene”.
En plena juventud, cuando “todo cambio es bueno”; el artista relata: “aproveché una oportunidad de ir a los Estados Unidos, a estudiar la pintura realista, que pensaba era útil para lo que hacíamos en Tíbet. Desde Indianápolis a Nueva York, recorrí muchísimos museos y vi muchas pinturas, y todos los artistas con nombre y de múltiples países y culturas, pero ninguno tibetano. Y eso me puso triste”.
De regreso a Dharamsala, “gracias a un amigo japonés que estudiaba con nosotros fue que aprendí la disciplina”, comenta Rinzin, “después, tuve mi primera exhibición en Alemania, en solitario, pero ahí me di cuenta que apenas sabían de la existencia del Tíbet, fue difícil, pero recibí una carta desde Japón, mi amigo me invitaba a integrarme a un proyecto -el Instituto de Investigación Cultural Shoko-ji, en Nagano- que se prolongó ocho años”.
Tiempo después, gracias a la colección de arte tibetano de un billonario interesado, “se construyó un museo en el Centro de Chelsea -Nueva York-; ahí hice amistad con académicos que me escucharon (cuando muchos no lo hacen) y trabajé como crítico de arte. Muchos museos tenían colecciones de arte tibetano, pero mi disposición a trabajar con ellos topaba con los cambios administrativos, personas que querían imponer categorías a un arte libre, de diferentes estilos, aunque los patronos fueran religiosos, o como decimos hoy: la base es filosófica”.
Mucho por hacer
Sin esperanza ni energía, con casi 40 años encima, Rinzin, “pensé era mi última oportunidad; entre en contacto con artistas callejeros que iban a mi escuela -el New York Tibetan Art Studio- y, pesimista y sin ahorros, pedí ayuda para obtener mi ‘green card’, para trabajar, y la conseguí en cinco meses. Ahí comencé a hacer arte contemporáneo y, aunque hay mucha pintura abstracta en Nueva York, en mi trabajo se aprecian muchos elementos técnicos y de la cultura tibetana, y así aparecen cuerpos de animales -aves, peces- que reflejan humor, la tierra, ornamentos, el agua o las nubes. Como en Occidente, nosotros también tenemos artistas sofisticados. Y después de casi 3 años (hasta terminar cierto conjunto de piezas) tuve mi primera exposición, primero grupal y poco después en solitario”.
Lo triste es, después de todo, confiesa el pintor, “que a pesar de apreciar el arte de Tíbet, se desconocen los nombres de quienes lo han realizado; además, no hay dónde acceder a clases al respecto, no hay libros ni cursos. Y para realizarlo, estamos lejos de alcanzar un nivel aceptable, la pintura tibetana se sustenta en la línea y hay que practicarla por años. Los jóvenes, nacidos en Estados Unidos, desean aprender su cultura. Pero falta apoyo, no existe. Y los artistas carecen de empleo, y pocos estudiosos se interesan de verdad en él, la mayoría son egoístas. Mucho falta por hacer”.
Sobre el creador
El artista, maestro, crítico y curador nació en Tíbet, aunque creció en la India, y en su juventud estudió en la Escuela de la Aldea Infantil Tibetana (TCV). Más tarde estudió con los maestros artistas Khepa Gonpo, Kalsang Oshoe y Rigdzin Paljor, de 1979 a 1983.
Posteriormente, Rinzin trabajó como maestro en otra escuela TCV, en Dharamsala. De 1995 a 2004, fue artista residente y docente en el Instituto de Investigación Cultural Shoko-ji, en Nagano, Japón. De 2002 a 2005, dividió su tiempo entre Japón y Würzburg, Alemania, donde fue artista residente en Brush & Color Studio.
De noviembre de 2005 a octubre de 2008, Rinzin fue artista residente en el Museo de Arte Rubin de Nueva York. Actualmente vive en Brooklyn, Nueva York, donde fundó el New York Tibetan Art Studio; y es representado por Joshua Liner Gallery, de Chelsea, Nueva York (Estados Unidos).
MQ