Cultura

Los rostros del arte

El maestro Alberto Peredo comparte su visión sobre las manifestaciones artísticas en el espacio público y también nos cuenta sobre una conexión muy especial que tiene con El Informador

El arte público tiene la característica de poder ser visto por miles de personas en un solo día, como sucede con el mural en el Mercado Corona. Obra del artista Alberto Peredo, esta pieza retrata el rostro del general Ramón Corona, con un mosaico de imágenes hecho a partir de fotografías de los locatarios del lugar, actuales y pasados.

Para llegar a este tipo de manifestación artística en el espacio público, Peredo pasó por un proceso de formación que comenzó en la arquitectura, como nos platicó al hablar de su vida y obra. Después de la carrera continuó con la maestría en expresión gráfica y posteriormente el Doctorado en Ciudad y Territorio, todo en la Universidad de Guadalajara: “A la par de estos estudios nunca dejé la producción artística, y no solo eso: el tema que elegí para la titulación en los tres niveles tenía que ver con las artes”.

Una propuesta para un centro nacional de gráfica en la licenciatura, un análisis de Juan O’Gorman (con el que siente “bastante empatía, dedicó muchos años de su vida a ambas actividades” [arquitectura y pintura]) y en el doctorado una investigación del grafiti en Guadalajara: “lo cual me ha vinculado con otras derivaciones que surgen del gratifi, como el arte urbano, el arte público, el arte callejero”.

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El interés por el arte está presente desde una temprana edad: “Antes de ser arquitecto ya había cursado algunos talleres en el Cabañas: estudié piano, canto, guitarra, pero principalmente pintura, escultura y grabado, lo que más fuerza ha tomado en mi carrera. No he dejado de dibujar y pintar, de hacer propuestas de arte público”. A pesar del camino académico aparentemente diferente a la formación artística, la vocación terminó imponiéndose: “Dibujando podía pasar toda la noche, o pintando, haciendo un grabado. Trabajando en las artes entro a un vórtice en el tiempo, lo tomé como un signo o una señal de que por allí iba la vida”.

Todo su bagaje profesional confluye en una de sus actividades laborales principales, las clases (como profesor de tiempo completo en el Departamento de Artes Visuales): “Trato de mezclar todos estos intereses con mi ocupación básica, la docencia en la UdeG. Me resulta de suma importancia que lo que podamos enseñar en la universidad tenga respaldo de la experiencia en el campo real. Es una apreciación personal, hay quienes son excelentes teóricos”.

Para el arquitecto y artista, ambas vocaciones están ligadas: “Hay muchos rasgos de plasticidad y de creatividad en la formación de la arquitectura. Hay muchas asignaturas sobre manejo del color, de la composición, clases de educación visual, estamos relacionados con texturas y materiales. Eso hace que uno se aproxime a las artes. Muchos de los artistas que admiro estudiaron arquitectura, como Santino Escatel, Jorge Méndez Blake o Israel Rodríguez, artistas contemporáneos tapatíos”.

Del lado del arte, sus bases tuvieron “una perspectiva muy clásica y tradicional. Era la filosofía y la manera en que se enseñaba arte cuando yo estudié. Ahora cambian los paradigmas, hay un debate sobre lo que debe estudiar un estudiante de arte. Yo estudié con la manera clásica de copiar objetos, analizarlos, ver de dónde viene la luz, las texturas. Después del dibujo vino la pintura en acuarela, con el color: no es nada fácil. Después el acrílico, en un lapso de cuatro o cinco años”.

En ese contexto de los talleres del entonces Instituto Cultural Cabañas entró en contacto con una técnica que lo cautivaría:“Cuando tenía 15 o 16 años y estudiaba en el Cabañas me llamó mucho la atención un lugar lúgubre, muy misterioso. Veía que muchos de los que estudiaban la carrera allí entraban y salían con papeles. Hasta que pregunté qué era, y me dijeron que era el taller de grabado. El profesor era Genaro Velázquez. Sin haberme inscrito me aceptó, empecé a hacer grabado así”.

Su primera exposición fue en 1994, en el Centro Cultural Centenario. Su obra se ha visto en lugares como Casa Terán, Instituto Cultural de Aguascalientes, otros Estados (Oaxaca, San Luis Potosí, Sonora) y países (Colombia, Cuba), además del Museo de las Artes, Museo del Periodismo, Museo Raúl Anguiano, Museo de la Ciudad, Ex Convento del Carmen y Museo Regional en Guadalajara. Un espacio donde ha expuesto en varias ocasiones es la Galería Ajolote: “La galería privada más longeva. José Ramón Vázquez siempre ha tenido a bien apoyar a los nuevos artistas. He expuesto un par de veces, de manera individual, de manera colectiva también. He estado en los aniversarios, 10, 20 y 25, ahora con Víctor Mora, Joao Rodríguez y yo”.

Momento de la exploración

Con la inquietud de acercarse a las técnicas de una manera novedosa, Peredo empezó un camino de búsqueda, también temática: “Una vez que llevé esa etapa formativa en la que se copiaba un motivo, un bodegón o una calle tradicional, me di cuenta de que era difícil poder superar lo que la gente ya había hecho. Comencé a hacer exploraciones hacia nuevos materiales y nuevos lenguajes. El arte, como todas las manifestaciones, tiene una responsabilidad social. Más allá de la moda posrevolucionaria o en el constructivismo soviético en el que desarrollaban lenguajes y conceptos abiertamente ideológicos. En la actualidad es necesario que el arte tenga una carga crítica, analítica, ideológica. Si bien no es una carga abiertamente partidista o política, en lo que hago en la actualidad siempre trato que tenga una carga simbólica que pueda llevar a un diálogo entre la obra y el espectador”.

Fue Víctor Mora con quien aprendió otras posibilidades de la gráfica: “Me compartió varias técnicas, hizo su maestría en San Carlos, un posgrado en gráfica. Comencé a utilizar algunas técnicas gráficas que se alejan del grabado tradicional. Algunos la consideran neográfica, o gráfica expandida, gráfica contemporánea. Por ejemplo, lo que se puede hacer con las impresoras láser, las fotocopias: se pueden hacer cosas muy interesantes, litografías a partir de una fotocopia, gráfica con silicón. Son muchas variantes de la gráfica que a mí me maravillaron”.

Un encuentro importante fue con el grafiti, que estudió en su tesis doctoral: “Andando por la calle me di cuenta de que la ciudad grita gráficamente. Por eso quise estudiar qué sucedía, qué trataba de decir la ciudad con sus letras, es un espectacular de manera clandestina. Así llegué al grafiti y al posgrafiti, el arte callejero con otras herramientas y procesos”.

A la par de la manifestación, como estudioso del fenómeno, Alberto se preocupó igualmente por las motivaciones de quienes lo ejercen: “Evidentemente es una actividad transgresora, destructiva o vandálica, pero hay que preguntarnos qué hace que cientos o casi miles de jóvenes salgan a las calles a gastarse el poco dinero que tienen, arriesgarse a que los agarren o los golpeen. Ha habido casos de gente que ha muerto (si algún ciudadano les dio un balazo o se cayeron de donde estaban). ¿Qué hace que se motiven a salir a gastar pintura, tiempo, a arriesgarse? Me llamó mucho la atención, es un ejercicio de liberación de la juventud. Luego vino el desencanto cuando me di cuenta de que algunos de ellos lo que buscaban era seguir evolucionando para posteriormente hacer cuadros más pequeños y venderlos en una galería, justo de lo que venía huyendo. Hay ejemplos clásicos, Keith Haring y Jean-Michel Basquiat, de Nueva York: en la época de oro del grafiti los galeristas los hicieron entrar al mercado del arte, los sobrevaluaron y no supieron manejar su riqueza y su fama: ambos murieron muy jóvenes”.

Muralismo

MURALISTA. En el entonces recién inaugurado Mercado Corona realizó una intervención con este mural hecho a partir de fotocopias que tomó dentro del mercado, “en un proceso participativo de arte relacional”, compartió Peredo. Cortesía/ A. Peredo

Con el largo camino teórico y práctico afrontó el trabajo de realizar un mural en el entonces recién inaugurado Mercado Corona:

“Propuse una de las intervenciones que más satisfacción me ha traído: un mural en el Mercado Corona. Está hecho con fotocopias, a partir de fotografías que tomé dentro del mercado, con gente de allí. Se hizo un proceso participativo, de arte relacional: convoqué a los locatarios a que me enviaran imágenes de sus ancestros que iniciaron como locatarios en el Mercado Corona. Hay personajes que son dos generaciones arriba, los abuelos que iniciaron no en el anterior, sino el que había antes (lleva varios incendios). Fue algo participativo, muy coherente siento yo: realmente refleja lo que significa el mercado en su interior, más allá del espacio de la obra construida”.

El recurso gráfico de representar el rostro de Ramón Corona con imágenes de las personas que le han dado vida al mercado resalta lo intangible de los espacios que habitamos: “El Mercado Corona no es un edificio: es un constructo social e histórico, que no se rompe aunque lo quemen y lo modifiquen. Incluso cuando demolieron el anterior, el mercado seguía estando: se movió unas cuadras. El mercado no es el edificio: son las personas, los cargadores, los tacos, las hierberías, la gente que vende flores”.

Por las propias características de los materiales se trata de un mural proclive al paso del tiempo: “Me arriesgué: todo mundo quiere un mural que dure, que persista. Algunas cualidades del arte contemporáneo ponen el valor en la experiencia y en el proceso, algo fenomeno lógico: la obra no son los papeles pegados, sino la interacción con los locatarios. El mural tiene cualidades de efímero por estar a la intemperie. En invierno cuando el Sol se va al Sur tiene una incidencia solar muy fuerte. Va a cumplir tres años y todavía se ve la cara, no entera, porque ya se han desprendido varios fragmentos. Estamos en pláticas con los locatarios, quieren que le dé un retoque a la pieza”.

"Antes de ser arquitecto ya había cursado algunos talleres en el Cabañas: estudié piano, canto, guitarra, pero principalmente pintura, esculturay grabado, lo que más fuerza ha tomado en mi
carrera. No he dejado de dibujar y pintar, de hacer propuestas de arte público".

- Alberto Peredo, artista

La relación con el diario

Además de un primer contacto con la técnica de la acuarela en las obras de Jorge Monroy, longevo colaborador del periódico, Peredo encontró en las páginas del diario otros motivos que rememoró: “Los primeros 30 años de mi vida tuve un INFORMADOR en mis manos. Me viene a la mente el olor del papel y la tinta por las mañanas. Mi papá compraba el periódico todos los días, luego con suscripción. Crecí viendo las acuarelas de Monroy, viendo al “Fantasma”, “Educando a Papá”, “Aunque Usted no lo Crea”. Me encantaba ver el Aviso de Ocasión. También cuando escribía José Luis Meza Inda, que hacía crítica de arte: fue un baluarte que tuvo la ciudad y escribía para EL INFORMADOR. Hay una proximidad muy grande con el periódico”.

Con los recuerdos anidados del periódico en un ambiente familiar, Alberto recordó también a Jesús Peredo López, su padre, fallecido por insuficiencia respiratoria el pasado 16 de enero: “Cuando estaba enfermo una de las últimas cosas que pidió fue la suscripción. Tres días antes le dijo a mi hermana, ‘Hija, te encargo la suscripción del periódico’. No le podía faltar todos los días, lo leía echándose su cafecito. Es una carga que tiene el lugar y el periódico. Forma parte constante. Es un clásico y un básico”.

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